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jueves, 29 de enero de 2015

REUNIÓN

Todo mundo disfruta de la cena de Navidad. Yo no. Aún así me encuentro aquí, en uno de los tantos lugares que mis padres han dispuesto alrededor de la mesa que compraron hace unos días sólo para esto.

Nunca he entendido el fanatismo exagerado que tiene la gente por llegar tarde. Lo peor, me parece, es que todos lo han naturalizado. Se citan a una hora para llegar treinta minutos después. Ésas son mamadas.

La cita era a las 8:30. La primera en tocar la puerta fue la Tía María José, 8:56 se oyeron los tres golpes de sus nudillos. Pasó con un gran panqué entre sus manos, dijo haberlo cocinado en la tarde.

9:04 se escuchó otro golpeteo. Mi padre abrió la puerta, creí que sería otra tía. No fue así. Una fila de viejos conocidos estaba entrando para mi sorpresa. Se trataba de mis mejores amigos de la universidad. Mi madre los contactó y los invitó a cenar con nosotros. Desde que abrió su Facebook se la pasa comentando y conversando con mis “amigos” cibernéticos.

Así que aquí estaban cuatro personas, individuos que venían tanto a la casa que en algún punto se volvieron como de la familia. Hace casi un año que no los veía, ni siquiera había platicado con ellos.

Uriel, Sandra, Grecia y Adrián estaba sonrientes. Comenzaron a hacer chistes que sólo ellos entendían. Supe que en todo este tiempo ellos se habían frecuentado entre sí. Yo ni enterado.

9:09 llegó la última parvada. El tío Víctor, su hermana Gloria, su esposa Griselda y su hija Jannette. Hacían acto de presencia hablando como urracas. Jannette en especial tiene un timbre de voz muy castrante, agudo, molesto. Lo sacó a su madre; si a mi tía Gris la he querido golpear por su hablar, a mi prima le cortaría la lengua.

No sé a qué hora mis tías y mis amigos se pusieron a platicar. Presenciaba la fusión de estos grupos de personas que, hasta antes, permanecían separados, sin conocerse.

A mi familia la conozco bien. A mis amigos ya no. En sus conversaciones noto palabras que no solían decir, sus cuerpos escupen expresiones exageradas que antes no hacían. Han cambiado para mal.

Adrián cada vez se vuelve más puto. Uriel es un hombre que adora la narcocultura, un pendejo. Sandra se ha convertido en una presumida, dice que sus padres pusieron una boutique que les ha ayudado mucho. Grecia se ha destapado como una zorra; puedo verlo en sus labios, ese rojo es labial de puta, sus piernas ahora las presume como trofeos, pero su cintura y su vientre cada vez ganan más volumen, todos lo notamos al verle el cuerpo con atención como consecuencia de la mirada caliente que lanzó el tío Víctor a sus nalgas.

Sus risas me desesperan, las bromas que se hacen no tienen ningún sentido para mí. Carcajean mientras ven las pantallas de sus teléfonos inteligentes. Parecen hablar de memes y videos que ven en Internet. Sería mejor si hablaran de las noticas que ven en la televisión, o ya de perdida del beisbol que ven ahí mismo.

A nadie en esta mesa, más que a mí, le gusta patear el balón de fut. Extraño los años de mi infancia en que salía con el resto de los niños vecinos a patear una pelota en la calle aunque fuera Noche Buena. Desearía que Pablo y Romeo, mis dos más viejos amigos en la vida, dados gracias al balompié callejero, nunca se hubieran ido. Que Pablo no se casara y se mudara a Guadalajara con su mujer. Que Romeo no se hubiera ido a trabajar a la frontera, donde lo tratan como perro haciéndolo creer que así es la vida allá a cambio de no mucho dinero.


Desearía que nada de eso hubiera pasado para, en este preciso momento, salir corriendo a patear un balón. Desearía no haber arriesgado mis piernas en aquella jugada del partido en la final, donde uno de los rivales lastimó mis rodillas haciendo un daño irreversible. Mis extremidades y su movilidad ausente que hoy me obligan a estar aquí, en medio de animales ruidosos que seguramente se burlan de mi silla de ruedas mientras dibujo una hipócrita sonrisa como respuesta con este panqué de mierda entre mi boca.



(Imagen tomada del sitio http://clarasdehuevo.com/aplicaciones_y_recetas)

jueves, 25 de septiembre de 2014

BODA

La madre de Andrés estaba muy contenta su hijo único tenía lo que toda mujer desearía de su descendencia: una trayectoria académica ejemplar, con apariciones continuas en los cuadros de honor de primaria y secundaria, en preparatoria fue ganador de concursos académicos de ciencias exactas durante la fase nacional, además de esto terminó su carrera en biología marina siendo el promedio más alto de su campus; su trabajo actual era muy bien remunerado. Hasta ahora era la figura del éxito por antonomasia. Ahora faltaba un día para que se llevara a cabo la ceremonia religiosa que enlazaría la vida de su hijo con su prometida.

La futura esposa de Andrés, Eréndira, era también un orgullo para su familia. Estudió literatura hispana en una de las universidades públicas más grandes del país. Su padre tenía un gran taller de relojería, uno como los pocos que sobrevivían; asentado en una colonia con fama de gente adinerada, el negocio tenía el monopolio de la reparación relojera de la zona.

Eréndira y Andrés se conocieron una tarde en cierta sala de la Cineteca. Resultó que ambos tenían un par de amigos en común, que también veían Batalla en el Cielo de Reygadas. Cuando la función terminó, los amigos que acompañaban a Eréndira se pusieron a platicar con Andrés. Los presentaron y ella fue partícipe activa de la conversación. Su desenvolvimiento en los temas era envidiable, parecía una dama muy culta.

Después fueron ellos dos solos los que comenzaron a salir juntos. Siempre un bar era su punto de reunión, conocieron juntos una decena de colonias de la gran ciudad y varios establecimientos de este tipo. Ambos coincidían en que su cerveza favorita era una oscura producida en México, que no le pedía nada a las alemanas que degustaban cuando el líquido importado estaba disponible, aunque fueran el doble de caras.

Eréndira siempre le contaba a Andrés sus deseos, logros pero sobretodo sus frustraciones y enojos del trabajo. Para calmarla, Andrés se ponía a contar lo suyo, casi siempre explicando fenómenos biológicos a su amada, fueran de plantas o animales (incluyendo al ser humano).

Cuatro años pasaron de citas, salidas de fin de semana a cualquier lugar fuera de la ciudad, alegrías, enojos, orgasmos, discusiones. Cada uno, a pesar de los malos ratos, estaba convencido de que había encontrado al amor de su vida.
Aunque eran de la idea de que una misa para conmemorar su unión era absolutamente ridícula, accedieron a organizarla con todo y una gran fiesta debido a la presión de sus familias que eran tradicionalmente católicas.

“Es que yo quiero que te cases como Dios manda”, decía siempre la madre de Eréndira a su hija, “…para que uses el vestido que alguna vez ocupé”, al tiempo que miraba con ojos llorosos al anciano relojero, la melancolía era evidente, también el cariño que se tenían después de cuarenta años de matrimonio.

Andrés, por su parte, siempre dibujaba una sonrisa en su rostro cuando su progenitora salía con una anécdota de cuando contrajo nupcias, narraciones y particularidades que casi siempre eran graciosos. Pero él sabía que inevitablemente el relato terminaría con un suspiro, varios sollozos y aún más lágrimas causadas por el recuerdo de su padre fallecido en aquel accidente. “Nunca me gustó su trabajo de taxista”, decía la vieja mujer al tiempo que se secaba las lágrimas mientras trataba de recomponerse.

Al fin, después de dormir todos esa noche, llegó el día estelar. La boda estaba a unas horas de ser presenciada. Andrés contemplaba su traje, de un negro elegante, corbata bañada en rojo metálico, la sensación que tenía nunca antes la había experimentado.

Eréndira conocía desde antes el vestido de su madre. Siempre le dio curiosidad probárselo. Tuvo que hacer un mes de dieta para entrar en él. Su madre, al parecer, había tenido una figura que arrancaba suspiros. Se sentía tímida porque el tipo de la grabación de video estaba aguardando a que saliera de su recámara para ser registrada en imágenes.

La madre de Andrés estaba nerviosa, no quería ver a su hijo vestido de novio desde su casa, quería verlo así por primera vez cuando se dispusiera a entrar en la iglesia, sería un momento glorificador. Por ello decidió adelantarse al templo. “Voy a adelantarme para revisar que todo esté bien con el sacerdote” le dijo a su joven. Él la abrazó y la despidió con un beso en la mejilla.

Eréndira estaba cambiada, se veía preciosa, el maquillaje elegido realzaba sus ojos y sus labios carnosos color carmín. El videasta la grabó de pies a cabeza, registró sus detalles, aretes, pulseras, velo y collar se convirtieron en imágenes. Ella pidió al hombre detrás de la cámara que se adelantara a la iglesia para que no perdiera detalle. Sus padres fueron a recoger la camioneta que rentaron para trasladar a su hija hasta el templo.

Sin embargo, un poderoso pensamiento entró en su mente mientras estaba a solas. La joven comenzó a cuestionarse cosas que nunca había meditado con profundidad. Se casaría, bien ¿Y luego qué? ¿Tener hijos? Sería cosa inevitable, tarde o temprano sucedería ¿Estaba dispuesta, a partir de eso, a ver frustrado su sueño de publicar dignamente alguna de sus investigaciones mientras gozaba de una edad relativamente corta? No, las numerosas vueltas que daba en su cabeza esta idea siempre daban una respuesta negativa.

El novio estaba en su sala, vestido y a solas también. Lo sabía, muchas veces había percibido en la mirada de su prometida un misterioso pensamiento, parecía ser el único que notaba un asomo de duda, de peligrosa incertidumbre ¿Y si ella no llegaba a la misa? ¿Y si, sin avisar decidía sólo no presentarse? Su familia e invitados comenzarían a susurrar, algunas burlas estarían garantizadas, un fracaso social eminente. Exponerse a esa vergüenza lo aterró, no, no sería capaz de afrontar ese temor inmenso, mucho menos las consecuencias.

Eréndira salió de su casa, mientras nadie la veía. Caminó una cuadra con su maleta llena de objetos que empacó en quince minutos. Tomó un taxi, pidió que la llevara a la terminal de autobuses más cercana. Tomaría el primer camión que saliera, sin importar el destino. Acostumbraba a viajar en avión, conociendo a sus padres estaba segura que si sospechaban de su fuga la buscarían primero en el aeropuerto, cosa que permitía ganar un poco más de tiempo.

Andrés sí se fue en avión a otro país. Le tomó más tiempo empacar, cuarenta y tres minutos le hicieron falta para alistar su equipaje. Sobre la cama de su madre dejó una nota pidiendo perdón. Sabía que el desconsuelo de su mamá sería profundo, amargo. Pero no estaba dispuesto a sufrir, la inseguridad lo mataba, si alguien sufriría sería Ere (como él la llamaba).

Los pocos invitados que sí llegaron a misa vieron que una camioneta adornada con rosas blancas llegó sólo con el chofer, observaron cómo el arroz nunca fue arrojado permaneciendo en los cestos de las niñas con guantes, observaron también a las dos madres llorando desconsoladamente.



(Imagen tomada del sitio http://www.bodahoy.com/2009/12/13/adornos-para-pastel-de-boda/)

jueves, 24 de abril de 2014

CONCIERTO

Damián, Andrés y Román. Tres amigos miserables que nunca habían ido a un concierto masivo en su vida. Les gustaba el rock nacional (algo del internacional también) y siempre su sueño de asistir a un festival se había visto derrumbado gracias a la falta de dinero o a los exámenes que se les atravesaban en las fechas.

El Vive Latino era la meta fijada en sus mentes. Ahora que habían egresado de la carrera, la oportunidad era perfecta. Damián trabajaba en el centro telefónico de atención a clientes de un banco en el Distrito Federal; Andrés era caricaturista freelance en la misma ciudad y Román trabajaba como editor en una radiodifusora paraestatal de Oaxaca. El fin de semana estaba compuesto de días de descanso para los tres.

En el cartel de El Vive (que todavía era de 3 días) podían leerse nombres de bandas como  Lost Acapulco, Café Tacvba, Instituto Mexicano del Sonido y Foster The People para el sábado. El domingo estaban agendados Molotov, Kinky, La Lupita y AustinTV, entre otros.

Después de 3 llamadas telefónicas y 22 conversaciones de Facebook, llegaron al consenso de comprar los boletos para el sábado. Damián y Andrés eran primos que vivían en la misma casa con sus tíos, nunca habían visto tocar al Tacvba, habían oído que las presentaciones de la banda eran muy buenas por lo que no querían dejar pasar la oportunidad. Román ya los había visto en el Auditorio Guelaguetza pero un Vive le parecía una obligación en la vida.

- Ya tengo el varo para el boleto, wey ¿Y ahora cómo te lo mando?- Román nunca había girado dinero.

- Mándalo por el banco ése de Salinas Pliego. Yo acá lo cobro y me voy derechito a la fila del Foro Sol con Andrés- Damián parecía ser un erudito en envíos y cobros de lana.- Pero mándalo rápido porque los boletos volarán en cuanto se abra la taquilla.

Román corrió al cajero más cercano. Retiró del cajero $ 600.00 y a continuación corrió más rápido que Usain Bolt (sí, claro) hacia la sucursal del banco ése. Había una larga fila de señores y señoras que, al parecer, estaban cobrando las remesas que sus hijos enviaban desde el gabacho.

19 minutos después, Román estaba frente a ventanilla haciendo su envío. Le cobraron 15% de comisión, así que Damián recibiría sólo $ 510.00 ¡Pinche banco! Bueno, pero era el medio más rápido y más cercano a ambos para poder adquirir el boleto. Además, con esa feria alcanzaba y sobraba.

Esa misma noche la compra estaba confirmada. 3 boletos para el sábado. Damián hasta publicó una foto en Facebook en la que se podían ver 3 pases verdes correspondientes al evento y una máscara de luchador para alocarse cuando sonara Frenesick de Lost Acapulco. Román compró su boleto de autobús con una semana de anticipación. Sin duda sería la vivencia del año.

- Bueno, nos vemos el lunes.- Román se despidió de sus compañeros de trabajo con un sonrisa muy marcada en su rostro. - ¡Me voy al Vive!

El autobús salía a las 3 pm y tardaría 6 horas en llegar al DF. Así sucedió, el recorrido no tuvo mayor contratiempo. Damián había quedado en llegar a la Tapo por Román para ir a cenar y luego descansar en su casa. El plan era salir a las 10:30 de la mañana del sábado del metro Observatorio rumbo a Ciudad Deportiva.

La mañana del sábado, los tres muchachos se levantaron temprano. Nunca lo habían hecho con tanta precisión, en ningún examen ni cita a ciegas habían estado listos tan puntualmente.

- ¿Quieres ir al Vive Latino?- preguntó Damián a una de sus primas mientras recorría el pasillo de su casa, junto a Andrés y Román, rumbo a la puerta para ir a dicho festival.

-¡Sí!- contestó ella con notable emoción. Los ojos le brillaron un instante.

-¡Pues compra tu boleto, mensa!- Damián era conocido por su particular y cruel sentido del humor.

Salieron corriendo de esa casa para ver materializado su sueño. No pasaba de las 11:40 horas cuando se hallaban ya en la fila para ingresar al Foro. Podía verse una multitud de jóvenes con playeras en las que podía leerse “La vida es un gran baile”. Damián mientras más playeras así veía, más se emocionaba. Conforme iban avanzando podían verse todo tipo de souvenirs: tazas, camisetas, pósters, llaveros, libretas. Y eso que todavía no llegaban ni al primer filtro de los asistentes.

- ¡Fórmense, por favor!- gritaba un chavo de staff con chaleco fluorescente mientras indicaba con las manos a los asistentes en qué puerta debían de formarse, tratando de equilibrar las filas.

A Damián y Román les tocó en la misma puerta de acceso. El primero de ellos, que iba delante en la fila, presentó su boleto a una chica encargada de verificar sólo con tacto la autenticidad del pase. Ella pasó su uña por el anverso del mismo, hizo un gesto que aterró por un momento a Damián.

La chica volvió a hacerlo. Román veía cómo Andrés en su fila estaba ya del otro lado, rumbo al segundo filtro. Un hombre alto y robusto con pinta de personal de seguridad y radio de onda corta colgado en el cinturón se acercó a los jóvenes que no lograban pasar por la puerta, preguntó a la chica la situación. Andrés regresó a ver de cerca la escena y, por el contacto visual que tenían entre los tres amigos, el guardia hizo deducciones.
- ¿Vienen juntos los tres?- preguntó con seriedad rompemadres.

-Sí- respondió Román temeroso, al tiempo que no sabía si la había regado. Pero…no había de qué preocuparse ¿no? Damián había comprado los boletos en taquilla, eran genuinos.

El guardia pasó su uña y su reacción transmitió confianza a los tres amigos.

- Pásenle, no hay bronca- devolvió los boletos a los jóvenes.

Recuperaron el aliento ante tremendo susto. Ahora Damián, Andrés y Román se enfilaban confiados hacia el segundo filtro donde también había personal de staff organizando el acceso. Ahora cada portero tenía un scanner en la mano. Con ellos leían el código de barras de cada boleto.

Ahora Andrés iba a la delantera. Presentó su entrada. El scanner lanzó su rayo infrarrojo. Un sonido de alerta se dejó oír.

- No, no pasa- dijo el chavo de la entrada.

- A ver, revísele otra vez- Andrés estaba pálido.

Otra vez el ruido.

- Aquí está el mío- Román estiró la mano presentando su entrada.

Sonido de alerta.

- Tampoco.

- ¿Y el mío?- Turno de Damián.

Alerta. Podía leerse en la pantalla del scanner un leyenda “INVALID CODE”.

Se acercó el supervisor del personal:

- ¿Qué pasó?

- No pasan sus boletos- replicó el joven del dispositivo lector.

El supervisor pidió los boletos. Los tres amigos se los entregaron.

- ¡Uy, no, chavos!- Exclamó inmediatamente al verlos y palparlos. – Estos boletos son falsos.

Esa última frase retumbó en los oídos de cada uno de los tres jóvenes, como si fuera una escena en cámara lenta. Peor que cualquier drama griego. A Homero no se le pudo ocurrir una desgracia mayor mientras escribía La Ilíada o La Odisea. Sonaba y se repetía:

S-O-N      F-A-L-S-O-S

- Pero si los compramos en taquilla, no puede ser- dijo Román todo alterado.

- Pues yo no sé, chavos. Pero éstos tres no pasan. Les voy a pedir que se retiren de la fila para que puedan pasar los demás. Si quieren chequen a ver a quién le pueden reclamar- El supervisor los iba empujando sutilmente hacia la valla de la orilla.

            Ahí, Damián, Andrés y Román se toparon con otros siete chavos en la misma situación.

- ¡Mta madre! Por comprar en la pinche reventa- le reclamaba uno de ellos a su acompañante.

- No mames, Damián. Vamos a reclamar. Si tú sí los compraste en taquilla- Román insistía muy nervioso, intranquilo.

Damián suspiró hondo, andaba cabizbajo:

- No los compré en taquilla. Un culero de mi chamba me los consiguió porque ya se habían agotado. Me dijo que él tenía un pariente chambeando para ticketmaster, que no había broncas.

- ¡Valiendo madre! Lo bueno es que es de tu chamba y le puedes pedir el dinero de regreso- Román no se resignaba.

- Ya ni ha ido, creo que sólo iba a capacitación.- Decía un Damián notablemente decepcionado al tiempo en que el resto de los defraudados proponían: “Más tarde venimos y damos el portazo”.

Los tres amigos decidieron regresar a la entrada, ahí junto a las escaleras del metro. Mientras caminaban veían cómo un considerable número de policías entraban. El portazo no sería viable. Damián sabía que en su casa todos siempre esperaban un error para devolverle sus pesadas bromas. No quería llegar derrotado. Después de examinar sus opciones, los tres supieron que no había de otra.

Llegando a su domicilio. Damián decidió correr sin decir nada a nadie directo a su recámara. Andrés y Román lo alcanzaron acompañados de los tíos y la prima. Era imposible que esto no se supiera. Fueron burlados, sermoneados y consolados.


Los tíos propusieron ir a rentar unas películas en una plaza cercana. Todos aceptaron. Mientras viajaban en el coche, Óscar (que iba manejando), uno de los tíos de Damián prendió la radio y sintonizó Reactor 105.7. En ese instante sonaba una rola emblemática del Tacvba: Pinche Juan en vivo desde el Foro Sol.

Foto real de ese Vive Latino (2012)