jueves, 25 de septiembre de 2014

BODA

La madre de Andrés estaba muy contenta su hijo único tenía lo que toda mujer desearía de su descendencia: una trayectoria académica ejemplar, con apariciones continuas en los cuadros de honor de primaria y secundaria, en preparatoria fue ganador de concursos académicos de ciencias exactas durante la fase nacional, además de esto terminó su carrera en biología marina siendo el promedio más alto de su campus; su trabajo actual era muy bien remunerado. Hasta ahora era la figura del éxito por antonomasia. Ahora faltaba un día para que se llevara a cabo la ceremonia religiosa que enlazaría la vida de su hijo con su prometida.

La futura esposa de Andrés, Eréndira, era también un orgullo para su familia. Estudió literatura hispana en una de las universidades públicas más grandes del país. Su padre tenía un gran taller de relojería, uno como los pocos que sobrevivían; asentado en una colonia con fama de gente adinerada, el negocio tenía el monopolio de la reparación relojera de la zona.

Eréndira y Andrés se conocieron una tarde en cierta sala de la Cineteca. Resultó que ambos tenían un par de amigos en común, que también veían Batalla en el Cielo de Reygadas. Cuando la función terminó, los amigos que acompañaban a Eréndira se pusieron a platicar con Andrés. Los presentaron y ella fue partícipe activa de la conversación. Su desenvolvimiento en los temas era envidiable, parecía una dama muy culta.

Después fueron ellos dos solos los que comenzaron a salir juntos. Siempre un bar era su punto de reunión, conocieron juntos una decena de colonias de la gran ciudad y varios establecimientos de este tipo. Ambos coincidían en que su cerveza favorita era una oscura producida en México, que no le pedía nada a las alemanas que degustaban cuando el líquido importado estaba disponible, aunque fueran el doble de caras.

Eréndira siempre le contaba a Andrés sus deseos, logros pero sobretodo sus frustraciones y enojos del trabajo. Para calmarla, Andrés se ponía a contar lo suyo, casi siempre explicando fenómenos biológicos a su amada, fueran de plantas o animales (incluyendo al ser humano).

Cuatro años pasaron de citas, salidas de fin de semana a cualquier lugar fuera de la ciudad, alegrías, enojos, orgasmos, discusiones. Cada uno, a pesar de los malos ratos, estaba convencido de que había encontrado al amor de su vida.
Aunque eran de la idea de que una misa para conmemorar su unión era absolutamente ridícula, accedieron a organizarla con todo y una gran fiesta debido a la presión de sus familias que eran tradicionalmente católicas.

“Es que yo quiero que te cases como Dios manda”, decía siempre la madre de Eréndira a su hija, “…para que uses el vestido que alguna vez ocupé”, al tiempo que miraba con ojos llorosos al anciano relojero, la melancolía era evidente, también el cariño que se tenían después de cuarenta años de matrimonio.

Andrés, por su parte, siempre dibujaba una sonrisa en su rostro cuando su progenitora salía con una anécdota de cuando contrajo nupcias, narraciones y particularidades que casi siempre eran graciosos. Pero él sabía que inevitablemente el relato terminaría con un suspiro, varios sollozos y aún más lágrimas causadas por el recuerdo de su padre fallecido en aquel accidente. “Nunca me gustó su trabajo de taxista”, decía la vieja mujer al tiempo que se secaba las lágrimas mientras trataba de recomponerse.

Al fin, después de dormir todos esa noche, llegó el día estelar. La boda estaba a unas horas de ser presenciada. Andrés contemplaba su traje, de un negro elegante, corbata bañada en rojo metálico, la sensación que tenía nunca antes la había experimentado.

Eréndira conocía desde antes el vestido de su madre. Siempre le dio curiosidad probárselo. Tuvo que hacer un mes de dieta para entrar en él. Su madre, al parecer, había tenido una figura que arrancaba suspiros. Se sentía tímida porque el tipo de la grabación de video estaba aguardando a que saliera de su recámara para ser registrada en imágenes.

La madre de Andrés estaba nerviosa, no quería ver a su hijo vestido de novio desde su casa, quería verlo así por primera vez cuando se dispusiera a entrar en la iglesia, sería un momento glorificador. Por ello decidió adelantarse al templo. “Voy a adelantarme para revisar que todo esté bien con el sacerdote” le dijo a su joven. Él la abrazó y la despidió con un beso en la mejilla.

Eréndira estaba cambiada, se veía preciosa, el maquillaje elegido realzaba sus ojos y sus labios carnosos color carmín. El videasta la grabó de pies a cabeza, registró sus detalles, aretes, pulseras, velo y collar se convirtieron en imágenes. Ella pidió al hombre detrás de la cámara que se adelantara a la iglesia para que no perdiera detalle. Sus padres fueron a recoger la camioneta que rentaron para trasladar a su hija hasta el templo.

Sin embargo, un poderoso pensamiento entró en su mente mientras estaba a solas. La joven comenzó a cuestionarse cosas que nunca había meditado con profundidad. Se casaría, bien ¿Y luego qué? ¿Tener hijos? Sería cosa inevitable, tarde o temprano sucedería ¿Estaba dispuesta, a partir de eso, a ver frustrado su sueño de publicar dignamente alguna de sus investigaciones mientras gozaba de una edad relativamente corta? No, las numerosas vueltas que daba en su cabeza esta idea siempre daban una respuesta negativa.

El novio estaba en su sala, vestido y a solas también. Lo sabía, muchas veces había percibido en la mirada de su prometida un misterioso pensamiento, parecía ser el único que notaba un asomo de duda, de peligrosa incertidumbre ¿Y si ella no llegaba a la misa? ¿Y si, sin avisar decidía sólo no presentarse? Su familia e invitados comenzarían a susurrar, algunas burlas estarían garantizadas, un fracaso social eminente. Exponerse a esa vergüenza lo aterró, no, no sería capaz de afrontar ese temor inmenso, mucho menos las consecuencias.

Eréndira salió de su casa, mientras nadie la veía. Caminó una cuadra con su maleta llena de objetos que empacó en quince minutos. Tomó un taxi, pidió que la llevara a la terminal de autobuses más cercana. Tomaría el primer camión que saliera, sin importar el destino. Acostumbraba a viajar en avión, conociendo a sus padres estaba segura que si sospechaban de su fuga la buscarían primero en el aeropuerto, cosa que permitía ganar un poco más de tiempo.

Andrés sí se fue en avión a otro país. Le tomó más tiempo empacar, cuarenta y tres minutos le hicieron falta para alistar su equipaje. Sobre la cama de su madre dejó una nota pidiendo perdón. Sabía que el desconsuelo de su mamá sería profundo, amargo. Pero no estaba dispuesto a sufrir, la inseguridad lo mataba, si alguien sufriría sería Ere (como él la llamaba).

Los pocos invitados que sí llegaron a misa vieron que una camioneta adornada con rosas blancas llegó sólo con el chofer, observaron cómo el arroz nunca fue arrojado permaneciendo en los cestos de las niñas con guantes, observaron también a las dos madres llorando desconsoladamente.



(Imagen tomada del sitio http://www.bodahoy.com/2009/12/13/adornos-para-pastel-de-boda/)

1 comentario:

  1. Ok...no esperaba ese desenlace...te doy solo 4 estrellas porque no se reencontraron en la parada del taxi...jejeje

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