Todos reían a carcajadas en el salón. Hasta el
prefecto que estaba cagando en el baño de alumnos podía escuchar las risas. La
ocurrencia de Rodolfo había provocado tal reacción.
- ¿Y qué es el ácido sulfúrico?- había preguntado
Eduardo, el segundo alumno de la tercera fila de pupitres.
- Es lo que hizo que Elba Esther pasara de ser una Miss
Universo al monstruo que conocemos- interrumpió Rodolfo de modo sarcástico.
Incluso el profesor de química, Archivaldo, que
tenía fama de ser un huraño, soltó una carcajada que cayó inmediatamente, al
tiempo que se tocaba nerviosamente la nariz sorprendido por su momentánea falta
de control. Era muy tarde, todos los alumnos lo notaron. No podían creer que su
compañero hiciera reír a este ser humano de rostro inexpresivo.
Cuando se organizaban concursos de teatro en los
festivales escolares, siempre era elegido para interpretar el papel más
gracioso del reparto. Su talento para hacer reír a los demás era tan natural
como respirar. Su talento a veces despertaba envidia en algunos de sus
compañeros que perdían en este tipo de certámenes, nunca fue bueno para los
golpes así que Rodolfo trataba de correr cada vez que lo retaban.
Rodo creció, vio por primera vez una película de
Chaplin y quedó maravillado. El trabajo del artista inglés se convertiría en su
inspiración máxima. Admiraba el talento de Charlot
para la comedia sin necesidad de diálogos. Lo admiraba más que Tin Tan, Cantinflas o la India María.
Nunca quiso estudiar una carrera. Desde que estaba
en la preparatoria supo que deseaba ser un payaso, pero no de circo, sino uno
que creara su propia agencia de entretenimiento para fiestas particulares y
programas de televisión. Así que estudiando aún el último año del nivel medio
superior comenzó a hacerse publicidad en la ciudad para ir a fiestas infantiles.
Sin embargo, Rodolfo tenía una debilidad. Algo de
su entorno le encantaba de sobremanera. No se podía resistir cuando veía a los
ojos de una dama que le gustara. Rodolfo era un Don Juan único en esa ciudad.
Si bien él era una persona que provocaba alegría, nada era más alegre que su
ojo.
Así que ahí estaba sentado esta tarde. Esperando y
viendo a su novia en turno, una muchachita dos años más joven que él con un
rostro pálido y unos ojos cafés como los granos que dan origen a la bebida de
un oficinista en la mañana, una mujer guapa e introvertida. Ella estaba
preparando las pistas musicales en una lista de reproducción de la laptop que llevaban así como los
instrumentos que necesitarían para el desarrollo de su show. Aros y pelotas de
esponja destinados a los malabares; pulseras de neón, trompos con luz y algunos
otros juguetes que serían regalos a los niños participantes en sus pequeños
concursos reposaban junto a una maleta. Las bocinas habían sido montadas por Rodolfo,
el cableado y su pequeño telón también.
Cuando lo contrataron le dijeron que se trataba de
una fiesta para un niñito de apenas un año de nacido. Hasta ese momento no
había visto a ningún padre del pequeño. Cuando tocó la puerta del domicilio a
bordo de la camioneta de su padre, lo recibió amablemente una anciana que lo
hizo pasar con todo y vehículo hasta el jardín de la casa. Fuera de eso, nadie
que no conociera se le había acercado.
Pasó una hora y Rodolfo pensaba en acercarse a
cualquier persona para preguntar por los anfitriones; los invitados comenzaban
a llegar, las sillas ya estaban dispuestas, pero salvo aquella vieja, nadie más
salía a recibir a los asistentes. Estaba a punto de levantarse de su asiento a
una orilla del gran jardín cuando, de la casa, salió un apuesto joven de unos
veinte años quizá, con un pequeño en brazos que lloraba lanzando gritos agudos.
Detrás de ellos vino a la vista una joven con un pañal en mano. Ella era
sumamente atractiva. Su piel morena como canela gozaba de un encanto singular,
estaba discretamente maquillada haciendo lucir unos ojos espectaculares. Ni qué
decir de su cuerpo; sus curvas podían encandilar a cualquier hombre. Rodolfo
notó inmediatamente que un señor, al que la pareja se refería como “Tío”,
miraba a la madre con algo más que lujuria cuando ésta se volteaba.
El papá del festejado parecía estar de mal humor. Atendía
a sus invitados con una sonrisa, pero en cuanto era abordado discretamente por
su mujer, el rostro le cambiaba haciendo notar un enfado exagerado con la madre
del pequeño.
Cuando suficientes invitados se hallaban sentados,
Rodolfo recibió la indicación para comenzar el show de “Rudy” el Payaso.
Tras presentar a su asistente y a él mismo, pidió a
los jóvenes padres que hicieran lo mismo ante el público.
- ¿Y cómo se llama nuestro pequeño festejado el día
de hoy?
- Se llama Yael- respondió el padre.
- ¡Uh! ¡Venga un aplauso para el pequeñín Yael!-
Rodolfo instaba a los invitados a hacer bulla. Acto seguido, ellos comenzaron a
aplaudir- Bien, ¿y cómo se llama la Mamá?
- Melissa- dijo tímidamente la muchacha.
- ¿Y el papá?
- Norberto- pronunció el joven.
- ¡Un aplauso para los papás también!- “Rudy” y su
público aplaudían entusiasmados y alegres.
El número transcurrió de forma rutinaria, hubo
algunos chistes y concursos de sillas, preguntas capciosas, etcétera. Las risas
y carcajadas estruendosas emulaban a las que años antes producía en los salones
de clase. Sin duda, muchos asistentes pedirían una tarjeta al finalizar el acto
para contratarlo cuando se ofreciera la ocasión, era un payaso que se ganaba a
pulso cada centavo.
Mientras tanto, Rodolfo ponía especial atención
observando, muchas veces de reojo, la tensión que había entre los padres de
Yael. A través del pequeño espacio que dejaba ver la sala detrás de la puerta
entreabierta vio cómo Norberto jaloneaba a Melissa ordenándole que se
apresurara a servir los refrigerios en los platos desechables.
Rodo sentía una furia que recorría su médula. Le
era inaceptable tal maltrato a una mujer tan hermosa. Con impotencia siguió con
su trabajo. Así pasó, viendo desplantes de desprecio hacia Melissa, hasta la
hora de romper las 5 piñatas.
Los padres se tomaron la foto con su hijo posando
junto a la olla forrada y adornada en forma de burrito. Rodolfo encargó a
Norberto la organización de los niños invitados para romper los objetos llenos
de dulces. Pidió ir al baño y el acceso al interior de la casa le fe otorgado.
Caminaba por el pasillo cuando volteó al interior
de un espacio. Melissa estaba sin hacer nada más que estar de pie, con las
manos apoyadas en la mesa donde estaban puestos los platos sobrantes tras el
reparto de los refrigerios.
Ella estaba de espaldas. Rodolfo caminó lentamente
hacia ella, la tomó de la cintura suavemente y pegó su pelvis a los glúteos
femeninos. Cuando miró su rostro, ella tenía las mejillas empapadas en
lágrimas. Rápidamente echó atrás su cuerpo. La giró con delicadeza y sin
decirle palabra alguna le secó el líquido que escurría de esos ojos hermosos.
El payaso siempre había pensado que cualquier
fiesta de cumpleaños debería ser un homenaje a la madre puesto que esa mujer
era a quien tenía que dársele crédito por el sufrimiento para parir y por
llevar a un ser dentro de sí durante nueve meses. En esta fiesta, el marido
había sido un estúpido que no valoraba a la mujer con la que había engendrado
al pequeño Yael.
Sin peticiones ni señas, volvió a tomar a Melissa
de la cintura, esta vez de frente, acercó su cuerpo al de ella. Su mano derecha
subió hasta la espalda mientras que la izquierda bajó hasta la nalga derecha de
la chica. Ella, lejos de bofetearlo, no se quedó atrás y extendió sus largos
brazos alrededor del cuello de Rodolfo. En un instante ambos se besaban, sí con
cierta lujuria pero también con cierta tristeza; de ese tipo de melancolías que
dan cuando se conoce a alguien que ya está comprometido dejando salir un
pensamiento de “Cómo fue que no te conocí antes”.
Melissa era más baja de estatura que Rodolfo, así
que puso las plantas de sus pies encima de los grandes zapatos del payaso para
acercar todavía más sus bocas. Ella subió una de sus piernas en un costado de
Rodolfo, él tomó su muslo, sus narices exhalaban un aliento cada vez más
cálido. Como éstas se rozaban torpemente, la nariz roja de Rodolfo cayó al
suelo dando pequeños saltos y giros, movimientos que llevaron al pequeño objeto
a tocar la punta de un zapato de vestir color negro.
Una puerta había rechinado unos instantes antes. El
zapato negro era el calzado de Norberto. El padre del pequeño Yael vio la
escena aun cuando las dos personas frente a él trataron inútilmente de
recomponer sus posturas para disimular.
Rodolfo siempre había pensado que no importaba
quedar como un cobarde siempre y cuando se conservara la vida. Este día
prefirió que Melissa y Norberto se quedaran discutiendo o golpeándose en la
cocina. Salió corriendo hacia el jardín, metió rápidamente todo cuanto pudo en
su maleta, la cerró apresuradamente al tiempo que pedía a su novia que
desmontara el resto del equipo, lo subiera a la camioneta y se marchara, le
dijo que no había problema con el pago, que él mismo lo arreglaría después.
Tras este hecho, la pareja del payaso fue
notificada de lo sucedido. Eso se deduce ya que Rodolfo nunca volvió a verla,
tampoco a la camioneta de su padre. No pudo contar lo ocurrido a su progenitor,
sabía que de hacerlo inevitablemente su familia se enteraría de su pequeño “abuso
de confianza” en aquel domicilio, lo cual traería consecuencias aún peores.
Dijo que le habían robado todo a su novia, y que ella sentía una vergüenza
inmensa, que por eso ya no la verían tan seguido.
Rodolfo sabía también que si Norberto tuviera
intenciones de vengarse le sería fácil buscar a un payaso, así que abandonó su
oficio. Se había adaptado varios pares de zapatos, así que trabajar con
renovador de calzado sería una salida razonable.
En su nuevo trabajo solía imaginar las piernas que
portaban los zapatos femeninos que le llevaban a reparar, Rodolfo las comparaba
con las piernas de Melissa tratando de revivir aquel encuentro fortuito, lleno
de lujuria y adrenalina.
(Imagen tomada del sitio http://www.balovega.com/2010/03/la-sombra-de-un-leon.html)
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