jueves, 11 de septiembre de 2014

EL GRITO

Mauricio era un cabrón. El adjetivo se lo había ganado en el mal sentido entre muchos que lo conocían. Sus parientes, quienes en algún momento habían compartido grupo escolar con él, aquéllos que una vez fueron sus profesores, sus amigos, gente del pueblo que conocía a su familia.

Era, desde el punto de vista de todos ellos, una aguafiestas al que nunca solían invitar a fiestas patrias. Muchos decían que era antipatriótico. Algunos que no lo conocían muy bien pero que sabían de su fama creían que era un malinchista que se sentía gringo. Muchas veces él mismo decía “No mamen, cómo me voy a sentir gringo si el nopal se me ve en la cara luego, luego. Además esos gringos merecen todo nuestro desprecio”.

Su pensamiento e ideología política eran muy retorcidos, llegaban a la contradicción. Cuando ocurrió lo de las torres de Nueva York estuvo muy alegre, tanto que se le antojó una hamburguesa y fue a la cadena más grande y conocida del mundo de este alimento a engullir dos Big Burgers.

Aunque tenía un pensamiento pesimista respecto a las fiestas patrias en el fondo ansiaba la llegada de la noche del 15 de septiembre. En su pueblo organizaban El Grito siempre con un baile grupero, la venta de cervezas, mezcal y tequila era una broma pues el precio era casi un regalo.

La misma historia se repetía año con año. Esperar a que dieran las nueve de la noche para salir de su casa recién bañado, oliendo a colonia y vestido con prendas que se vieran aceptablemente nuevas pero que al mismo tiempo soportaran, sin que él se molestara demasiado, las manchas de espuma de colores distintos, la harina o yema y clara de los huevos que volaban por los aires en la noche patriótica. Después de eso, solía ver de cerca, perdido entre la bola de gente, el acto encabezado por el presidente municipal, siempre a la expectativa que el político local se equivocara al pronunciar cualquiera de sus líneas; si esto pasaba era uno de los tantos que abucheaban. Al cabo de esto, miraba cómo la gente se dispersaba. Luego iba a la zona en la que los asistentes se disponían a bailar.

Ahí empezaba su noche. Cuando sus amigos le preguntaban por qué se ponía a bailar con la música de banda si siempre decía que no la soportaba, él sólo contestaba que “Es para hacer desmadre. No hay nada que celebrar, el país anda muy jodido pero esa noche la ocupo como liberación personal, es una especie de catarsis. Si no podemos estar contentos con la situación creo que vale la pena olvidarse de ella aunque sea una noche al año”.

Por ello siempre buscaba pareja para bailar quebraditas o corridos, de pronto le gustaba corear canciones cuya letra conocía más porque sus vecinos eran dados a poner el estéreo a todo volumen que por convicción. Tomaba alcohol como si fuera la última noche de su existencia, le entraba a todo. Ya alcoholizado no le importaba gritar “¡Al diablo lo nuestro, se acabó, tú no eres mi otra mitad!” mientras bailaba tomando de la cintura a cualquier muchacha. Era para desahogarse sí, pero también para hacer reír a la mujer que fuera su pareja de baile en turno con firmes intenciones de flirteo.

Como después de la preparatoria no siguió estudiando, no le importaba la resaca al otro día. No tenía que desfilar ni nada de eso. Él era un chalán de albañil que sabía que sus compañeros estarían en la misma situación etílica que él en esos días.

Sin embargo, este año se le veía diferente. Su semblante era meditabundo, triste. A pesar de acudir al parque y saludar entre la multitud a gente que conocía, se mostraba esquivo. Se sentó en la orilla de una de las jardineras del parque central a ver cómo los púberes se aventaban distintos objetos y sustancias, a observar cómo ellos tenían su propia fiesta.

A nadie le había contado que el año anterior, cuando estaba en Morelia debido a un trabajo para el que fue requerido junto con Ernesto, su mejor amigo, acudieron al Grito en esa ciudad sólo por entretenerse esa noche, por hacer algo que no tuviera que ver con quedarse en el cuarto que rentaban, la zona estaba muerta, la mayoría de los habitantes iban a la plaza central u organizaban una Noche Mexicana en sus casas. En ese acto dos granadas de fragmentación  fueron lanzadas a la multitud, fue noticia nacional. Ernesto no sobrevivió y el propio Mauricio tomó el cadáver entre sus manos.

Esta noche su mirada estaba perdida. Si fuera por él no asistiría al parque, pero el psicólogo de la clínica local le recomendó afrontar su miedo, su trauma. La imagen no podía salir de su mente, Ernesto tenía sólo un brazo.

Estaba decidido que este 15 de septiembre no tomaría ni bailaría. Para él había luto, lejos de cualquier pensamiento político se trataba de un shock personal. Perdió a quien consideraba su hermano postizo. Mauricio ni siquiera notó que el presidente municipal gritó “¡Viva Francisco Villa!”, seguido de un notable abucheo de los asistentes, quienes agitando sus manos gritaron efusivamente un “Ehhhhhh ¡Puto!”.



(Imagen tomada de la página http://www.torontohispano.com/entretenimiento/mexico/2011/feliz-dia-mexico/celebracion-independencia.shtml)

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