¿Por qué había nacido así? Desde que él recordaba,
su condición había sido la misma. Se preguntaba muchas veces cómo sería la vida
de un adolescente que no se dedicara a lo mismo. Pero ese pensamiento no le
quitaba mucho tiempo, quizá la costumbre hacía que se concentrara en su
quehacer.
Leonel se la pasaba viviendo en la calle. Cierto
que dormía en un cuarto austero con tres hermanos suyos, sus cajas de madera
apiladas junto a la pared, como automóviles viejos en un deshuesadero. Pero,
después de todo, la mayor parte del tiempo estaba caminando por las banquetas,
cargando, ofreciendo.
Esta madrugada su estómago rugía como puma hambriento
encerrado en jaula de circo. Se imaginaba un buen jocho, con salchicha jugosa en un pan blando y caliente, trozos de
tomate y cebolla brillantes gracias a la luz de los faros del centro histórico
de la ciudad donde él mismo solía pasar horas con su mercancía. El olor de su
antojo comenzó a inundar su mente haciéndolo salivar.
Se decidió a salir, con quince pesos en la bolsa de
su gastado pantalón de vestir color beige
¿Y si estando ahí se le antojaba un chesco?
Tomó veinte pesos más, muchas veces el refresco salía más caro que el hot dog. Abandonó a sus dormidos
hermanos sigilosamente. Ojalá estuviera todavía el puesto de Chicho en la Alameda. Sí, seguro aún
estaba, era noche de sábado, o primeras horas de domingo.
Esto quería decir que la gente en los bares,
consumiendo alcohol como si fuera regalo, agotando sus quincenas sin
preocupaciones, estaría dispuesta a pagar por chucherías sin pensarlo al salir
de los establecimientos. Oportunidad de negocio.
Leonel tomó su cajón de madera lleno de pastillas
mentoladas, gomas de mascar, paletas de caramelo con centro masticable,
encendedores y cajetillas de cigarros. Seguro alguien andaba ahí medio o
totalmente pedo con ganas de algún producto de ésos.
Sus viejos tenis color blanco pisaban la cantera
fría de la acera. A paso rápido se acercaba al puesto que añoraba. Podía oler
la carne de las hamburguesas cocinarse. Sí, era Chicho moviendo sus manos sobre la plancha de su puesto, de aquel
remolque.
Apresuró aún más el paso, casi trotando. Un golpe
en su cara, tocó una superficie suave y lisa. La camisa azul pastel de un
hombre adulto panzón con la corbata azul marino mal anudada ¿De dónde había
salido? Ese hombre estaba evidentemente pedo. Ahora miraba a Leonel fijamente,
aunque sus párpados parecían cortinas con voluntad propia que se cerraban a
placer.
El tipo apenas podía mantener el equilibrio. Un
niño de diez meses podría andar mejor por el camino.
- ¡Pinche gato! ¡¿Por qué madres te atraviesas?!-
el hombre balbuceaba, hablaba con pausas, su manos agitadas amenazadoramente en
el aire denotaban su enojo.
- Perdón, señor- Leonel estaba avergonzado, Chicho estaba viendo la escena y esto,
por un efecto extraño, hacía sentir más bochorno al joven que cargaba su caja.
- Perdón ni madres, chamaco pendejo- la actitud del
panzón se tornaba intimidante, con una prepotencia que dejaba ver cada vez que
no emitía esos eructos propios de la borrachera.
Leonel intentó seguir su camino y de pronto su
mentón estaba tocando la cantera verde del suelo. Sintió cómo la quijada se le
cerró bruscamente debido al golpe. Su pie había chocado con otro acomodado de
forma intencional. Los dulces que cargaba ahora estaban regados por todos
lados, como si una calenda hubiese pasado por el lugar. La madera de la caja,
junto al barniz que cubría la misma, se peló dejando ver caóticos pedazos más
claros en la superficie. Era un desastre.
Aquél de corbata tenía una sonrisa burlona en su
rostro de estúpido. Sonrisa que se convertiría en carcajada estruendosa, unas
risas que provocaron su tos y un consecuente vómito amarillo que manchó el piso
sobre el que estaba parado.
¿Por qué había tipos así? Pareciera que tenían un
constante deseo de estar jodiendo. Leonel se preguntaba si era cierto que Dios
creaba a la gente a su imagen y semejanza ¿La semejanza era sólo física o Dios
era igual de ojete que tipos como estos?
La rabia se apoderó de la mente del adolescente de
la caja de madera. Estaba seguro que podría propinar un buen golpe a este ebrio
desgraciado. Se aproximó a él mientras seguía vomitando, lo tenía de frente, la
patada en la cara sería certera, no importaba que el blanco percudido de sus
tenis se ensuciara. Caminó decidido.
Una silueta a contraluz levantó poderosamente la
pierna, pateando al hombre en la entrepierna mientras estaba agachado. El
vómito fue interrumpido, el hombre se tiró al suelo de inmenso dolor.
- Toma, no tiene chile. Siempre me compras de éstos
y hoy no habías pasado. Lo había guardado para ti desde hace rato- Chicho estiró la mano dando un plato de
unicel con un hot dog a Leonel- ¡Ahora
pélate! Total, yo ya acabé la venta por hoy.
El muchacho vendedor tomó el regalo sorprendido de
la defensa que le hizo el que ahora consideraba su amigo y se fue.
La amistad de ellos dos fue tan fugaz como la acción
y el antojo de esa noche. Aquella Alameda nunca volvió a ver ni a Leonel ni a Chicho, dejando el mercado de los dulces
y cigarros a las niñas que se vestían con atuendo Chamula.
(Imagen tomada del sitio http://www.seriouseats.com/2011/08/hot-dog-of-the-week-sonics-new-hot-dog-menu.html)
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