Un país tan contradictorio y caótico que nadie en
ese mundo podía creerlo. Los relatos de Sir James Matthew Barrie eran demasiado
dulces y benevolentes para la realidad que se observaba a cada momento en este territorio;
tanto así que parecían una antítesis del mismo.
Se trataba de un reino de la anarquía, en un
sentido casi puro. Los niños sí crecían, y conforme esto iba sucediendo, sus
vidas se tornaban más tristes y su imaginación se pudría casi cada día. En
algunos casos se convertía en un ciclo de lo más infeliz.
Garfio no era más que un diputado al que nadie
tomaba en cuenta. Sus compañeros se la pasaban durmiendo en el trabajo. Se
sentía decepcionado de su labor inútil para los demás, pero siempre que veía el
oro que le era otorgado como pago por su trabajo sonreía y continuaba de
perezoso en su curul sin titubeos. Los demás piratas que lo acompañaban en esa
Cámara se habían acostumbrado tanto a repartirse sus puestos y a heredarlos que
no sentían el menor remordimiento.
Campanita era una mujer alta y obesa. Tenía a
cincuenta y tres sirenas menores de diecisiete años que prostituía. No le
importaba en lo más mínimo el bienestar de las jovencitas, ella sólo le pedía
quinientos pesos a cada una a las ocho de la mañana. Con el dinero que
recolectaba desde hacía ya treinta años, se abrió paso entre un sindicato hasta
lograr la dirigencia del mismo. Era la organización laboral más grande de su
planeta, parecía no querer soltar nunca esa posición hegemónica.
El personaje del que más se hablaba en Nunca Jamás era más bien un antihéroe.
Peter Pan, el narcotraficante más buscado del continente, era considerado un
filántropo por la tribu en la que había nacido. Decían que él les ayudaba más
que las decenas de piratas que se sentaban en grandes palacios a hacer nada.
Peter solía ser el magnate en la venta de la hierba
y polvo de hadas, sustancias difícil de encontrar que producían efectos
alucinógenos en el consumidor, a muchos los hacía sentir que volaban. Pero una
industria tan redituable presentaría una competencia dura tarde o temprano, y
así ocurrió.
En múltiples ocasiones Pan sufrió atentados, varias
veces recibió impactos de flechas en la espalda y pecho. Cicatrices en su
rostro le recordaban las batallas que libraba y también la suerte que poseía al
seguir vivo.
Cuando sintió que una amenaza era tan seria que
creyóse acabado, no le quedó otra alternativa sino la de negociar su seguridad con
los piratas y con el presidente Cocodrilo. La vía para lograrlo sería el
interior de una prisión de alta seguridad en la que todos los encarcelados eran
prácticamente su familia. A cambio tendría que repartir plazas de su mercado a
estos gobernantes.
La primer ministro del país vecino, Wendy,
demandaba su extradición por el delito de corrupción de menores, pero Nunca Jamás debía su nombre al hecho de
que al interior de esa nación todos los gobernantes se hacían de la vista
gorda, para ellos parecía haber una realidad estática, nunca cambiante en lo
más mínimo. Wendy fue considerada una paranoica, ignorada por decreto del
Cocodrilo.
Lo que más llamaba la atención en esta patria
sombría era la pasividad de la gente, de sus habitantes. Parecían conformarse
con sus chozas de cartón, muchos justificaban su condición con un “Así nos tocó
vivir, ni modo”. Los piratas habían acordado repartir a cada familia
dispositivos electrónicos comprados en el extranjero, que servían básicamente
para el entretenimiento.
Algunos que no reunieron los requisitos para
hacerse de esos aparatos se indignaban al observar las condiciones de su
ambiente. En todas partes había depósitos de agua color negro o gris oscuro,
salvo la laguna en la que vivía el Cocodrilo presidente que, según se supo por
una fotografía, era la única en Nunca
Jamás que conservaba un azul cristalino.
La atmósfera amarillenta causada en gran medida por
el motor de los barcos pirata era motivo de actos ambientalistas que terminaban
ahogándose como lirios en el petróleo derramado en los ríos.
Algunos jóvenes se comunicaban por textos escritos
con las uñas en hojas de diferentes árboles, a modo de panfletos prohibidos por
el oficialismo. Muchos salían a la calle a marchar sin más cubierta o defensa
que sus taparrabos y su voluntad de cambio. La mayoría de las veces las
movilizaciones terminaban en un ambiente de olor a sangre en el aire, flechas y
espadas en manos de salvajes sirenas y bárbaros pagados por los piratas se encargaban de teñir de
color rojo el suelo.
Progresivamente los actos incrementaban el sadismo,
aparecía gente mutilada, otros con cuatrocientas flechas en el cuerpo, hubo
incluso casos en los que sus rostros y genitales les eran arrancados
arbitrariamente. Todo el país estaba plagado de cruces de madera, no había día
en el que no apareciera una nueva. Era una forma de representación minimalista
de un hombre caído, tachado.
Pronto la población que solía levantarse o alzar la
voz ante los abusos de autoridad pirata, notaba que sus gritos nunca
encontraban eco en la gran mayoría de compatriotas. Se trataba indudablemente
de una maldición, creían; parecía ser que el nombre de Nunca Jamás fue cuidadosamente planeado para perpetuar a un país
por siempre en las misma condiciones, pues nunca había esperanza de un cambio
positivo, era mejor resignarse mientras Peter, Garfio y Campanita se reunían a
escondidas en un palacio a ver las noticias al mismo tiempo que inhalaban polvo de hada.
(Imagen tomada del sitio http://www.animalpolitico.com/2012/01/el-crimen-organizado-mato-a-132-mujeres-en-juarez-en-2011/)
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