- ¡Suben! ¡Suben! ¡Que suben, chingada madre!- era
el grito de Urbano al microbús que se arrancaba mientras él comenzaba a detener
sus piernas al observar que sería imposible alcanzarlo.
La gente que estaba
alrededor de Urbano lo vio con malos ojos, como diciendo: “Qué lepero
muchacho”. Sobre todo esa ancianita de cabeza blanca con bolso de piel y
zapatos rojos de tacón alto.
Ese día a él le había ido
fatal; desde que se levantó de la cama descalzo, caminó y se golpeó el dedo más
pequeño de su pie izquierdo con el buró que estaba junto a su puerta. Se lavó
la cara y los dientes lidiando con ese agudo dolor que poco a poco iba
disminuyendo.
- Si siguiera con la carpintería abriría a la hora
que yo quisiera, sin pedos. Pero tenía que entrar a trabajar a otro pinche
lado. –Se recriminaba ahora con un coraje alborotado por ese huesito que le
dolía.
En cierta medida era verdad.
El taller de carpintería lo relajaba y en él podía experimentar con diseños de
muebles que a veces se hacía para sí. La desventaja era que dejaba pocas
ganancias. Desde que la cadena nacional de muebles más famosa había puesto una
sucursal a unas cuadras de casa de Urbano los pedidos bajaron notablemente.
Este carpintero había
estudiado periodismo 2 años en una universidad particular del centro de la
ciudad (la única que había con esa carrera). No pudo seguir con la licenciatura
porque el ingreso de su padre con el taller fue insuficiente y, cuando se quiso
poner a trabajar, descubrió que laborar y estudiar al mismo tiempo era una
maldición para el cuerpo.
Una de las cosas que más
detestaba de su grupo era la prepotencia de muchos de sus compañeros: que hijos
de diputados, que hijos del dueño de una boutique famosa, que hijo de uno de
los más altos accionistas de una cadena de cafés…“Si tanto pinche dinero ¿Qué
chingá hacen en una escuela patito? ¡Puro fresa de rancho, me cae!” se repetía
a sí mismo constantemente. En especial cuando Paolo, el más odioso de todos, lo
recorría con la mirada desde la cabeza a los pies, como denigrándolo.
Además de todo, la
escuela aún no acreditaba la validez en sus carreras. Por otras generaciones se
había enterado que la situación llevaba ya 6 años en lo mismo y todo apuntaba a
permanecer así por quién sabe cuánto tiempo.
Una mañana, mientras
hacía una periquera para la hija de su vecina, una idea llegó a la mente de
Urbano: ¿Si sé un poco de periodismo, podré ser reportero de televisión? Lo más
razonable en el campo profesional era que un periodista o reportero tuviera una
licenciatura, pero el joven no tenía vergüenza de ir a preguntar. Nada se le
quitaba.
Presentó sus documentos
de preparatoria y hasta las constancias de la secundaria que corroboraban que
había pertenecido al Cuadro de Honor en 4 ocasiones.
Le dieron trabajo como
encargado de la videoteca. Pasaron tres meses y, dada su iniciativa e interés,
le daban oportunidad de escribir una nota pequeña para grabar voz en off en algunos espacios del noticiero.
Ahora que había pasado
año y medio de su contratación, un reportero renunciaba; una vacante se abría y
Urbano fue objeto de un ofrecimiento.
-¿Quieres entrar de reportero? Se abrió una
vacante. Harías notas muy sencillas para empezar, pero el salario es mejor –le
comentó su jefa inmediata, la directora de contenidos del medio.
- Claro que sí, con todo gusto –Urbano estaba
contentísimo ante esta oportunidad.
- Tienes que traer todos tus documentos otra vez.
Si quieres eso lo vemos durante la semana, pero lo que necesito es que empieces
mañana a reportear. Hasta escogí una nota para ti.
- Pues usted dirá.
-Mira, mañana en el Museo de Arte Moderno se va a
presentar un grupo de esculturas de hielo hechas por un artista holandés.
Resulta que este señor es el que más tiempo ha preservado sus figuras y las
autoridades llamaron a un representante de Guinness
para que certifique este récord. El evento es a mediodía y ya tienes asignado a
tu camarógrafo- la jefa le entregaba una hoja con el nombre de su compañero de
trabajo y con un poco de información del artista. –Si quieres, ya puedes salir.
Mañana llega a las 10 AM para que de aquí se vayan en la camioneta y lleguen a
tiempo.
Era el
día de su primer nota y su dedo había sufrido un golpe; por si fuera poco, no
alcanzaba el camión para ir al trabajo. Ante su mala suerte, temía hacer la
nota que le había encargado su jefa. Por mientras no había opción: un taxi
especial a la oficina. No estaba en el presupuesto pero era necesario, no podía
fallar en su primer día como reportero.
En el
camino no dejaba de pensar: llegar, reportarse con la jefa, formular las
posibles preguntas, pedir mi gafete, buscar al camarógrafo, hablar con él,
preguntarle si ya está lista su cámara, pedir la memoria para grabar, pedir
micrófono y baterías, trípode también, ir con el chofer y subir al vehículo. La
noche anterior había estudiado a su entrevistado a través de Wikipedia y otros recursos.
Nada
había salido mal en el trabajo, la mala suerte parecía haberse desvanecido.
Llegaron al museo a tiempo, el equipo fue colocado y ensamblado, todo estaba
listo. Muchos reporteros de otros medios en la sala de exposición. Las figuras
de hielo parecían hechas artesanalmente, poseían un brillo de diamante, se
podía ver a un pingüino, una bailarina de ballet y la más impresionante de
todas: una escultura del caballo de patas largas que aparece en “La Tentación
de San Antonio” de Salvador Dalí. Todas las figuras tenían a su lado una
especie de aire acondicionado muy frío.
Se
había anunciado que el representante de los Records
Guinness llegaría un poco tarde por un percance en su vuelo, así que el
camarógrafo comenzaba a levantar algunas imágenes. Urbano repasaba sus preguntas.
“¿Y si no habla español?” se preguntó con miedo. “No, es europeo y ésos hablan
inglés, español, francés y todo. Sí, tiene que saber español. De todos modos
voy a traducir mis preguntas en el cel”, se daba ánimos y encontraba sus
propias soluciones.
Tecleaba
la primer pregunta cuando el holandés aparecía por una puerta de la sala,
caminando directamente a donde estaban los medios. El camarógrafo le hizo señas
a Urbano para que se apresurara a abordarlo, serían los primeros en
entrevistarlo. El joven reaccionó casi instintivamente y corrió llevando su
micrófono en la mano. El cable con el que éste se conectaba a la cámara
comenzaba a desenrollarse y se estiraba sobre el piso.
El
artista observó cómo ese cable comenzaba a tensarse y moverse hacia la pata de
la escultura de caballo sin el menor cuidado. El gesto de terror hizo que
Urbano rectificara su movimiento. Sin embargo, la inercia hizo que el artefacto
rozara la pata de la escultura haciéndola tambalear. Todos vieron con suspenso
esa escena en la que el tiempo parecía detenerse. No era posible, el error más
garrafal en su vida justo el primer día como reportero.
La
figura se estabilizó por sí sola de forma milagrosa. La mirada de disgusto de
su autor hacia Urbano fue evidente, pero todo había pasado sin mayor problema.
El artista respiró hondo, cambió su expresión a un gesto amable y dejó que el
inexperto reportero comenzara a hacer sus cuestionamientos. Así transcurrió y finalizó
la entrevista. Otros medios comenzaban a hacer sus preguntas mientras Urbano
retrocedía entre la multitud hacia su compañero de trabajo.
- No mames, la ibas a regar bien cabrón –el
camarógrafo movía la cabeza en señal de desaprobación mientras soltaba una
sonrisa –Pinche Urbanito, de la que te salvaste.
- Ya ni me digas, se me subieron los huevos al
cuello del susto. Ahora sólo falta que llegue el de Guinness, lo entrevisto y
ya estuvo –Urbano se reía de la fortuna que tuvo.
- Vi que poco te faltó para que la cagaras, pinche
gato- la voz de un hombre detrás de Urbano hablaba.
El joven giró y observó a
Paolo. Vestía un traje elegante y una corbata roja. Volvía a recorrer el cuerpo
del reportero con la mirada, como en los tiempos de estudiante, haciéndolo de
menos.
- Qué onda, Paolo ¿Cómo estás?- Urbano pretendió
ser amable a pesar de notar la mirada de su excompañero.
- De lo mejor, cabrón. Vengo llegando de Buenos
Aires. Mi padre abrió un hotel ahí hace 6 meses y me pidió que fuera a
verificar cómo va. Me tuve que regresar hoy porque este holandés es amigo de la
familia ¿Y tú? Veo que andas de reporterito.
- Sí, pues aquí chambeando. Tenía una carpintería,
pero…
- Te hubieras quedado ahí, no mames. Estarías
haciendo otras chingaderas en lugar de andar tratando de joder piezas de un
talentoso artista. Ábrete, pendejo- Paolo empujaba bruscamente a Urbano hacia
un lado.
En su
afán por observar las expresiones de enojo del reportero, Paolo no observó al
cable del micrófono; tropezó con él y su cuerpo no pudo detenerse. Sus hombros
golpeaban la figura del caballo, esta vez la escultura no se salvó. Todas las
cámaras que estaban con el artista rápidamente enfocaron el percance captando
todo el acto. Nunca antes la vergüenza se había reflejado con tanta nitidez en
un rostro como el de Paolo. Urbano no pudo evitar sonreír con agrado: el
camarógrafo estaba de ocioso con su teléfono y registró el acto; conociéndolo,
seguro lo subiría a YouTube.
(Imagen tomada de https://desocultar.files.wordpress.com/2010/10/microfono1.jpg)
jajaja pobre Paolo, creo en el karma jejeje
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