Chucho era un activista acérrimo. No había marcha a
la que faltara, siempre y cuando la causa que se abanderara fuese justa a sus
ojos. Su imagen cumplía perfectamente con el estereotipo de hippie: cabello largo hasta sus hombros,
bigote y barba abundante, le encantaba usar pañuelos en la cabeza; era delgado
y de piel clara, estatura promedio, tenía pegue entre las chavas.
Estaba estudiando el segundo semestre de la
licenciatura en Ciencias de la Educación cuando decidió, después de mucho repensar,
que la universidad era una mamada. El hecho de terminar una carrera, cualquiera
que ésta fuera, no garantizaba la obtención de un buen empleo, tampoco daba
seguridad sobre el conocimiento. Conocía a varias personas que a pesar de su
título, según él, eran demasiado estúpidas.
Desertó y comenzó a interesarse en ayudar a su
padre en el taller de carpintería. En su tiempo libre tomaba cuadernos viejos
que conservaran todavía algunas hojas sin escribir ni rayar, se ponía a dibujar
diseños de muebles muy ocurrentes; dejaba salir su imaginación, luego se
preguntaba si serían funcionales. En fin, trabajaba duro aprendiendo siempre de
su padre algunos detalles y pasos para conseguir el mejor de los acabados.
Sin embargo, a pesar de vivir una cotidianidad alegre
y medianamente satisfactoria, apreciaba que los problemas en su país eran cada
vez mayores y más frecuentes. Al menos eso parecía. Como él vivía en la
capital, notaba una efervescencia social cada vez más intensa. Observaba
aglomeraciones por lo menos una vez a la semana. Se acercaba, oía algunos
discursos en los mítines, y si le parecía justo quedarse y apoyar, lo hacía.
Una tarde vio cómo una movilización inundaba las
calles, la arteria principal de la ciudad era un río de gente, uno de bravo
caudal. Al frente de todos, señoras y señores con ojos vidriosos, cargando
entre las manos pliegos de cartulinas en colores varios con papeles pegados,
pliegos que tenían impresas fotografías del rostro de varios niños. Se leía en
mantas “Justicia para los padres. No queremos más guarderías de la corrupción”,
“Guardería Alegría: Crimen de Estado”; los altavoces que acompañaban a estos
seres humanos gritaban “¡Ya basta de tanto abuso! ¡Basta de tanta negligencia y
crimen por parte del Estado” y el típico “¡El pueblo-unido-jamás-será vencido!”
La noticia era un escándalo a nivel nacional, la
nota más grande del mes en la agenda informativa del país: 28 niños muertos por
un incendio en una guardería en cierto estado del norte, suceso provocado, al
parecer, por el gobernador de la entidad que temía encontraran archivos
comprometedores en la oficina contigua.
Chucho se integró a la multitud. Los niños le
parecían siempre lo más honesto y divertido de la humanidad ¡Cómo era posible
que existiera gente con tan poca madre como para arriesgar conscientemente la
vida de un infante! Cuando vio en la televisión la noticia se indignó tan
fuerte que en ese mismo instante se puso a escribir una especie de
discurso-ensayo en aquella libreta de sus diseños, ésa misma que estaba en el
interior de la mochila que cubría su espalda cuando la marcha lo tomó por
sorpresa, mientras regresaba de mostrar sus propuestas a un cliente interesado
en los objetos de madera que Jesús vendía.
La protesta estaba ya en las últimas y Chucho,
impulsado por la enorme rabia que se alimentaba colectivamente, entró en
desesperación por leer lo que antes había asentado en las hojas de su libreta
vieja.
Tres padres afectados por la tragedia hablaron,
soltaron a sus interlocutores palabras sumamente emotivas, con sus gargantas y
voces entrecortadas. Algunos lloraron, tanto quienes tenían la palabra frente
al micrófono como los que estaban a nivel del suelo de la gran plancha de
asfalto en esa plaza. Ofrecieron el micro por si alguien quería mostrar solidaridad
con los aquejados.
Jesús subió casi de forma automática con su libreta
en manos y su discurso listo para ser leído. Hubo miradas que lo veían con
extrañeza por su atuendo, ojos que acallaban y reprimían sus prejuicios ante la
oportunidad de ver y escuchar a un joven que parecía salido de la nada.
El muchacho comenzó a hablar. Su prosa era notable,
no sólo emotiva sino que además estaba cargada de invitaciones a la acción
colectiva, a la desobediencia civil, proponía una estrategia inteligente y pacífica.
Las palabras invitaban a más causas a sumarse para detener los múltiples abusos
de poder, las omisiones del Estado.
La televisora más grande del país, canales de otras
naciones transmitían en vivo y en directo la acción. Chucho fue conocido
internacionalmente por ese discurso, letras que trascendieron por su honestidad
y valentía.
Tras el paso de unos días, mediante comunicados y
acciones de diversa naturaleza, numerosas organizaciones manifestaron su
solidaridad y adherencia a este movimiento nacional.
Gracias a esa transmisión televisiva el mundo pudo
conocer lo mal que estaba el país. Al presidente en turno le llegaban
comunicados de todas partes del globo, recomendaciones, noticias de desplome
económico y político por la nueva fama de la nación. En la oficina presidencial
estaban locos tratando de idear estrategias que ayudaran a levantar la imagen
de todo un país. El mandatario estaba envuelto en rabia.
- ¡No sé lo que vamos a hacer pero mientras…maten a
ese cabrón melenudo del discurso! Que parezca cosa fortuita. Para que la gente
deje de andar con sus mamadas de sentirse héroe o mesías- ordenó.
- Pero Señor, eso calentará más los ánimos, todo
mundo va a sospechar- contestó uno de sus asesores.
- ¡Chingada madre! Lo ordena el presidente ¿Alguien
se va a oponer?
- No señor.
- Ustedes arréglenselas para la forma. De una vez
escriben las declaraciones que daremos como gobierno federal, seguro todos los
reporteros de caca vendrán acusando o preguntando.
Paramilitares fueron desplegados en la colonia de
Chucho. Asesinaron a José a una calle de su domicilio, dejaron una nota: “Vamos
por toda la familia”.
Intentaron huir rápido pero al día siguiente Jesús
no encontró a María, su madre. Una llamada le fue hecha a su celular, le
pidieron dinero por el rescate, una cantidad que Chucho podía entregar. A
cambio le fue entregado un disco, contenía imágenes en video. María había sido
torturada, le cortaron dedo por dedo de las manos y de los pies; luego la
lengua con unas tijeras grandes de metal; finalmente la ahorcaron, murió
mientras una lágrima, no se sabe si de tristeza o de rabia, deslizaba por su
mejilla atraída por la gravedad. “Sigues tú” decían las letras que daban por
terminado aquel video.
¡Cómo fue capaz Chucho de ver todo! Después de mirar
el primer dedo cortado, su cuerpo entró en una especie de maligno encanto.
Mantuvo abiertos los ojos frente a la pantalla más por una especie de inercia y
trauma que por convicción.
Jesús despertó, la banqueta estaba caliente, asaba
su piel. No sabía si lo que acababa de recordar era un sueño o una lejana
realidad, sucesos que se desdibujaron gracias al cruce de cocaína y alcohol que
consumía a diario para tratar de olvidar la decadente situación de su patria,
para ya no hacer caso de los miles de pares de piernas que orquestadas
recorrían avenidas, arterias urbanas con cotidianas marchas y rabias.
(Imagen tomada del sitio http://lolgod.blogspot.mx/2010/09/hippie-jesus.html)
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