Cuando parió a su hijo sintió un dolor desgarrador,
sentía que las venas de su frente se salían de la piel, explotaban; sus
entrañas se apretaban y anudaban su cintura desde el interior y sus órganos
genitales sentían estirarse al máximo como si a un pollo muerto a la venta en
el mercado le abrieran las piernas sin importar que sus huesos crujieran al
romperse, sentía que sus labios mayores y menores quedarían deshechos.
Siempre había oído frases repetidas en otras
mujeres que ya eran madres: “Se sufre mucho en el parto pero cuando una ve a su
hijo se llena de inmensa alegría”, “Duele mucho pero un hijo lo vale, verlo
crecer y reírse es maravilloso”, “No existe dolor más grande que el de parto,
pero un hijo es una bendición de Dios”. Sofía estaba en la camilla con un
pequeño niño color rosa entre sus brazos, estaba en completo desacuerdo con esas
oraciones que recordaba.
Su hijo era hermoso, sus ojos que trataban de
abrirse torpemente eran preciosos, de un color café intenso. El rostro del
pequeño recordaba al abuelo materno, una nariz redonda y labios finos. Las
enfermeras que lo bañaron estaban encantadas con el pequeño, la sonrisa de
aquélla que lo cargó para llevarlo con Sofía era inigualable; pero la nueva
madre no podía ver el encanto. Estaba enfadada, contuvo su hastío por pura
consideración con el personal médico, con otras pacientes que estaban en la
misma habitación y con su mismo hijo quien, sabía, no tenía culpa alguna.
Ella misma se preguntaba por qué tenía tanto
enfado. No hallaba respuesta, sabía que el pequeño era producto de una relación
amorosa, que su concepción fue un acto planeado a conciencia. Pero ¿Por qué no
se sentía alegre?
Sofía no había estudiado más allá de la primaria,
en una escuela que ahora impartía el cuarto grado escolar al pequeño Agustín,
su hijo. Adolfo, padre el niño y marido de Sofía también estudió en ese
edificio, la escuela “Niños Héroes” era la más céntrica de la ciudad y también
la de mejor prestigio. Él insistió en inscribir a su único hijo en ese centro
escolar sobretodo por la fama que éste poseía, pero el edificio estaba algo
retirado de la casa de esta familia.
El reto sería para la joven madre: llevar a tiempo
a su pequeño, regresar a su casa a realizar todas las tareas hogareñas que fueran
permitidas antes de tener que preparar el almuerzo de Agustín, correr para
llegar al receso, cuando éste terminara ir de nueva cuenta a la casa a seguir
con sus labores pendientes y regresar nuevamente a la escuela a la hora de la
salida.
Adolfo no tenía idea del desgaste de su esposa. Él
entraba a trabajar a las 7 de la mañana y salía a las 3 de la tarde, gozaba de
una hora entera para disfrutar sus alimentos, el almuerzo que Sofía le
preparaba cada mañana desde las 5 am era guardado en un recipiente plástico que
guardaba en su maletín.
Cuando Adolfo llegaba de trabajar, generalmente la
comida ya estaba lista. Se sentaban a la mesa los 3 a intercambiar los
pormenores y anécdotas de su rutina. Terminando esto Agustín se dedicaba a su
tarea mientras que la joven pareja miraba televisión. En la noche el pequeño
veía algunas caricaturas, Adolfo revisaba papeles para el día siguiente y Sofía
lavaba trastes, preparaba algo de cenar, planchaba la ropa de su marido y hacía
algunas otras tareas. Llegando la hora de dormir, ella terminaba rendida.
Una tarde que su esposo fue a la oficina a terminar
una documentación pendiente mientras que el niño no tuvo clases por ser día
feriado, Sofía lavaba a mano algo de ropa. En ese momento comenzó a recordar lo
feliz que era cuando tenía 9 años. Recordó que cada tarde gozaba de media hora
para ver a su vecina y mejor amiga, más o menos de la misma edad. Ese tiempo le
bastaba para pasar un momento lleno de risas y ocurrencias. Después de ese
lapso su madre siempre salía a llamarla.
Ese llamado es el que indicaba una cosa sobre la
que ahora ella reflexionaba: sus padres fueron completamente cuidadosos y
responsables con ella, pero la formación que le dieron en casa consistía en
aprender su “rol como mujer”. Ser una aprendiz de innumerables tareas: lavar la
ropa, lavar los trastes, planchar, barrer y/o lavar el piso, hacer la comida…
Su padre solía manifestar que su deseo era que Sofía hubiese sido hombre, lo
decía con cierta simpatía. La quería mucho pero se sentía solo entre su hija y
su esposa. De pronto llegaba a llamarla “Sofío”, algo en broma pero dejando
notar su anhelo de fondo. Calló en cuenta que sus padres dieron mucha más
importancia a la enseñanza de las tareas de ama de casa que a la labor
académica.
Esta tarde, mientras lavaba su ropa recordó también
que cuando charlaba con su amiga de la infancia ambas manifestaban su fuerte
deseo de ser cantantes, la música les resultaba algo fabuloso.
Sofía hoy se preguntaba qué había pasado con esa
ilusión, en qué momento esos deseos se habían desdibujado para desaparecer por
largo tiempo de su memoria. Notó que su vida no era parecida en nada con lo que
alguna vez proyectó, que quizá el desagrado que sintió al momento de dar a luz a su pequeño tenía todo que ver con esto. Que la formación que sus padres le dieron pensando que
sería lo mejor para que ella pudiera sobrevivir la había condenado a aceptar un
comportamiento y una posición que ahora reconocía desagradable.
Así que con esta memoria y su consecuente
pensamiento vino también una idea. El pequeño Agustín tenía ya 10 años, Adolfo
era un hombre inteligente aunque enajenado por su trabajo y la rutina. Sabía
que ambos encontrarían la manera de lidiar con sus necesidades.
Más tarde Adolfo llegó a casa, encontró a su hijo
jugando con un par de juguetes sobre la cama de su pequeña recámara, lo abrazó
y lo besó. Se dirigió a la cocina, estaba limpia, intacta. Fue a su habitación
donde la cama estaba perfectamente arreglada y el piso limpio. La sala era
igualmente impecable, ni qué decir del baño. Sin embargo, nunca volvió a ver a
su esposa.
(Imagen tomada del sitio http://www.blogodisea.com/mujer-perfecta-ideal-entregada-esposa-perfecta-ama-casa.html)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Deja tu comentario-crítica-sugerencia-castre-emiticón o lo que sea. Es bien recibido.