<<Estas infinitas ganas de cagar. Lo que
daría por quitármelas>>.
No había reparo en ir a la oficina de lunes a
viernes, de ocho de la mañana a cuatro de la tarde; sentarse en ese pequeño y
genérico asiento barato diseñado para aplastarse frente a la computadora, el
respaldo bailaba aflojado como diente de leche a punto de caerse de la encía de
cualquier chamaco que está mudando.
Para haber concluido sólo la primaria y de panzazo
a causa de su constante hueva, este trabajo no estaba mal. Al principio le
fastidiaba ese olor a carpetas chonchas llenas de archivos, oficios y formatos
mezclado con el aroma a óxido de metal de anaqueles y archiveros que estarían a
espaldas de su escritorio. Por si fuera poco, el sonido de la impresora
matricial lo sacaba de quicio.
<<Pinche tecnología arcaica ¡¿Qué?! ¿El módem
también será de ésos que hacen un ruido espantoso mientras están marcando para
conectarse?>>
A pesar de todo eso, hay algo que puede contra el
fastidio: la costumbre…y el sueldo. Cuando Hugo vio su primer comprobante de
pago por TRES MIL SETENTA Y TRES PESOS CON OCHENTA Y DOS CENTAVOS su odio
contra aquellos detalles se esfumó. Vio en esa hojita de papel, además, que
contaba con un atractivo fondo de ahorro; los de recursos humanos le informaron
también de su derecho al aguinaldo.
¡Qué buen trabajo! Le parecía justo a cambio de
estar todo el día lidiando con listas llenas de nombres y números. ASISTENTE DE
PAGOS era su puesto oficial en esta oficina de la Secretaría de Salud, uno más
de la burocracia enorme.
Este jueves había que empezar a preparar la nómina,
realizar numerosas operaciones matemáticas y cambiar algunos billetes y
monedas. Estaba a punto de realizar la primer suma del día pero…¿Dónde diablos
estaba el signo “+” de la
calculadora? El constante uso de este aparato de celdas solares por parte del
obeso contador (jefe del departamento) había borrado la tinta blanca de algunas
teclas. El recientemente empleado solía burlarse de la gente que, ya fuera por
computadora o a mano, hacía papelitos con el signo faltante pegándolos con
cinta adhesiva sobre los botones de algún dispositivo electrónico; hoy le
tocaba hacer lo mismo, no era quién para comprar una nueva calculadora, además
tenía prisa.
Concentrado en pegar perfectamente el papelito con
el “+” fue interrumpido por una voz
chillona que reconoció femenina incluso antes de observar a la persona que
hablaba.
- Disculpa ¿Tú me puedes decir cuándo nos llega el
fondo de fin de año?
Hugo levantó la cara conteniendo su desagrado al
ser interrumpido en tan delicada acción. Su mirada se topó con una mujer
vistiendo bata blanca, usando brackets
en sus dientes superiores, mediana estatura, tez morena clara, ojos color café,
nariz redonda y labios delgados. Quedó flechado.
- Claro ¿Cómo te llamas?
- Mmmm, Sara.
- Así es Sara, el fondo llega a finales de
noviembre. Vamos a pegar una hoja en la pared para que sepan cuándo pueden
pasar exactamente por él.
Desde entonces, quincena a quincena, Hugo esperaba
el momento en que Sarita pasara a
firmar su recibo. Con el tiempo la reconoció coqueta pero aún más con él, según
pensaba. Se ponían a platicar extensamente sin importar que la mayoría de las
ocasiones en que lo hacían existiera una enorme fila de compañeros de trabajo
para signar la papelería correspondiente, ganaron así la antipatía del edificio
por su desconsiderada costumbre.
Seis meses pasaron y Hugo estaba cada vez más
clavado con Sara. Si no fuese por asuntos que su trabajo necesitara y para
cosas muy concretas, no hablaría con alguien más, era serio y no poseía ni un
gramo de carisma amiguero.
A estas alturas él sabía que la joven doctora tenía
especial atracción por la repostería. Ambos conocían los gustos y aficiones de
forma recíproca, también sus fechas de cumpleaños; Hugo la había anotado en la
agenda-calendario de su teléfono porque no confiaba en su memoria. A pesar de
la aparente confianza que existía entre ellos él no se atrevía a preguntar
cosas personales a Sara; en su mente estaba la idea de que si ella no tocaba el
tema él no tenía razón para abordarlo, ni siquiera cuando Sarita hacía preguntas como “¿Y tú con quién vives? ¿O vives
sólo?”. Por esto Hugo no sabía si ella tenía hermanos, padre, madre o abuelos,
no sabía nada de la familia de su pretendida.
Llegó el 21 de mayo y el asistente sabía que al día
siguiente sería cumpleaños de su “domadora” (como la llamaba en sus adentros).
¿Cómo era posible que de esta fecha sí se acordara? No había duda, estaba
enamorado. Al salir del trabajo fue a la tienda más conocida en venta de artículos
de panadería, pastelería y repostería para comprar un lujoso molde de teflón.
Luego en la papelería adquirió tres pliegos de papel y un moño para envolver el
regalo.
El 22 Hugo llegó bañado, más perfumado y elegante
que de costumbre. En cuanto vio a Sara cruzar el pasillo frente a la puerta del
departamento financiero, tomó el regalo que tenía en un cajón de su escritorio
y salió corriendo para alcanzar a la médico.
- Toma Sara. Un pequeño presente.
- ¡Ay Huguito! Eres un amor.
Se dieron un abrazo y ella lo besó en el cachete.
Era el mejor miércoles en la vida de Hugo.
El lunes siguiente Sara llegó con un gran
contenedor de plástico, llegó hasta el lugar del asistente de pagos, sin decir
una sola palabra puso el recipiente sobre un espacio libre del escritorio, lo
abrió, sacó de su bolso un pequeño y afilado cuchillo, partió una rebanada
grande de pastel. Hugo estaba hipnotizado por la apariencia de la torta y los
pedazos de fresa, durazno y kiwi que se veían deliciosos, el olor que emanaba
de ellos subrayaba la reacción hambrienta de su estómago y vísceras.
- Ay, pero no tengo platos.
- No te preocupes.
Hugo tomó una carpeta nueva, rompió bruscamente dos
pedazos y los dobló improvisando así un par de platos.
- Toma, Sara.
- Ay, perdón pero yo voy a comer más al rato. Es
que tengo que ir a capturar mis informes de consulta pendientes.
- Mmmm, bueno. Ni modo.
Feliz y ahora hambriento, él comió su enorme pedazo
de pastel cual vagabundo de la Central de Abastos. Se trataba de su primer
alimento del día, tanta era su hambre que no se molestó en acompañarlo de
ninguna bebida.
Media hora después unos espasmos intestinales
tremendos, escalofríos en el rostro, brazos y vientre; sonidos en las tripas,
rechinidos en su estómago; palmas de manos sudorosas; infinitas ganas de cagar.
Eso que sentía en el colon era sin duda una enorme flatulencia aguardando el
momento más inoportuno para ser liberada. Una batalla contra sí mismo, no había
peor enemigo en ese edificio.
Baño ocupado, el obeso contador dentro, tenía fama
de tardarse una eternidad y no hacía mucho que había entrado, seguro el olor al
meterse ahí sería nauseabundo.
<<¡Pinche Sara! ¡Cómo puede ser tan cochina!
¡Y es doctora! Ah, pero está bien guapa la desgraciada. Y re-buena. La perfecta
redondez de sus nalgas, su bata no es capaz de disimularla>>
Trataba de distraer su mente para aguantar ¿Qué
mejor pensamiento que la lujuria para calmar sus fuertes deseos de defecar?
Otra vez los escalofríos.
<<Chingada suerte, si esta sensación no fuera
intermitente tendría menos angustia ¿O no? ¡Y el tripón contador no se apura!
¿Qué? ¿Se saca la caca poco a poco con los dedos? Sara, Sara, piensa en
Sara…sus pechos, sus montañas que más bien son pequeños montes, qué importa
si…>>
Sudor en la sien, frente, patillas, nuca. Sudor en
toda la cabeza. Sonido de escusado, descarga de agua, sonido de salvación. La
puerta está por ser abierta…
<<¿No se lava las manos este cabrón?>>
Se oye un silbido pendejo, no hay tonada o canción
que se le parezca.
<<¡Vale madre! Abre ya pinche
contador>>
Puerta abierta. Hugo corre, siente que algo asoma
por su ano. Cierra la puerta y asegura el pasador de la misma como puede. Llega
al inodoro, baja sus pantalones con todo y trusa. Se sienta. Sonoro pedo que se
oye en todo el piso. Risas de sus compañeros. Le vale madre.
<<Ahhh, qué alivio, me cae>>
Chorro, mucho chorro espeso, olor putrefacto.
<<Pinche Sara culera, con razón no quiso
comer. A ver cuánto me tardo aquí. Bueno, si el contador se tarda un buen ¿Por
qué yo no?>>
Doce minutos ahí sentado. Veinticuatro hojas de
papel higiénico. Se levanta, baja la palanca, lava sus manos con el escaso
jabón líquido, sale aliviado. Se sienta en su lugar. Un sonido afuera.
<<Son los tacones de Sara cuando corre, pero
hay alguien más, se oye otro par de tacones cerca>>
Hugo ve hacia el huevo de la puerta abierta, en
frente está el pasillo. Sara se encuentra con una de sus amigas que también es
doctora.
- ¡Uy, felicidades amiga, qué emoción!- Se abrazan,
la amiga toca el vientre de Sara- ¿Y qué? ¿Cuándo nace?
- En diciembre, tengo dos meses apenas.
- Eduardo debe estar contentísimo.
<<Puta madre ¡Cómo fue que no lo noté! Me
sentiría mejor si me hubiera cagado>>
(Imagen tomada del sitio http://www.unocero.com/2010/02/28/%C2%BFdonde-quedo-el-archivo/)
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