No sé ni por qué me dan miedo los perros. Nunca me
ha mordido uno, nunca he tenido uno, pero mi cara se pone blanca cuando veo
alguno en la calle y me ladra.
Cuando mi familia y yo nos mudamos a esta colonia,
ése era mi mayor temor: había muchos perros, la mayoría eran callejeros. No
tenían collar o algún otro objeto que diera una idea de que tuvieran dueño. En
fin, pensé que por eso quizá nunca iría solo a la calle.
Un día salí con mi mamá a comprar tortillas en un
negocio que estaba a dos cuadras de mi casa. En esa calle estaban varios niños
jugando futbol. A mi me encanta jugar fut y quise unirme al juego, pero ya
íbamos a comer y mi mamá no me dejó.
- ¿Quieres jugar?- me gritó uno de ellos.
- Sí, pero mejor mañana- dije con vergüenza- Total,
vivo acá a la vuelta, en Lázaro Cárdenas número 12.
Y mi mamá que me pega un pellizco por andar
diciendo mi dirección en plena calle. Ni que fuera para tanto digo yo.
- Un día de éstos te vamos a llamar- me dijo el
niño.
El domingo tocaron la puerta, mi papá abrió y luego
me llamó, dijo que me hablaban. Yo no sabía quién podía ser porque no conocía a
nadie más que no fuera de mi familia. Cuando me asomé a la calle, se trataba de
un niño gordito que por su rechoncho cuerpo tapaba a otros dos que iban con él.
- Hola, yo soy Mario. Ellos son El Frenos y El
Chino- señaló a los otros dos, el Chino era el niño que me habló cuando iba con
mi mamá- Bueno, se llaman Cristian y Erick pero así les decimos ¿Quieres jugar
fut con nosotros? Nos falta uno.
- Mmmm, pues…voy a pedir permiso- Me metí de volada
a mi casa y, como sabía que mi papá sí me iba a dar permiso le pregunté a él
nada más.
- Sí, pero ten cuidado. En esa calle hay mucho
perro suelto y pasan coches a cada rato.
<<¡Perros!>> No recordaba que ahí había
visto a muchos de esos animales sin cadena. Salí a ver a Mario, al Frenos y al
Chino para preguntar.
- Oigan ¿Y no hay perros sueltos ahí?
- Sí pero El Gorila los espanta. No tengas miedo.
<<¿El Gorila?>> Quizá era otro chamaco
que sale a jugar. La cosa es que me fui con ellos más tranquilo.
- ¿Cómo te llamas?- me preguntó Mario mientras
íbamos caminando.
- Eduardo- le dije. Y seguí caminando en silencio mientras
los otros tres platicaban del último partido de La Champions y de cómo Diego Rivas (la máxima figura del futbol
nacional y a quien todo niño de nuestro país admiraba) había jugado de
maravilla pero no lo suficiente como para hacer ganar a su equipo la semana
pasada, quedando eliminados de la competición.
Llegamos a la calle de la tortillería (¿Ya les dije
que esa calle se llama Niño Artillero? Bueno, pues así se llama). Las porterías
ya estaban acomodadas: dos piedras estaban frente a otras dos allá, más lejos.
Mario me presentó con todos, que eran nueve en total: El Frenos, El Chino,
Rigo, Nando, Teo, El Chapu, El Nopal, El Cónfleis, “…Y yo soy Mario”, dijo otra
vez el gordito.
- Sí, pero le decimos El Mayinbú- dijo Teo mientras
los otros se carcajeaban.
- ¡Cállate sonso! O te vuelvo a bajar tu pantalón
en la calle- amenazó Mario, luego me explicó- Siempre jugamos cuatro contra
cinco porque El Nopal es bien menso y nadie lo pela pero bien que estorba.
Contigo ya estamos parejos.
- Bueno pero ya hay que empezar- El Chapu parecía
apurado- Porque al rato tengo que ir con mis papás a ver a mi abuelita. Además,
ahorita no están los perros molestando, hay que aprovechar.
Fue cuando me acordé de El Gorila. Le pregunté a
Mario y señaló un perro negro grandote amarrado a un medidor de agua. Me dijo
que era su mascota y que siempre le ladraba a los otros perros, los asustaba
porque estaba grandote y les enseñaba los colmillos mientras la cadena se
estiraba por su enojo. También me dijo que no le ladra a las personas, nada más
a los perros. Me quedé más tranquilo.
- Rápido pues. Que escojan Rigo y Cónfleis que son
los más chamacos- dijo Nando.
Él, el que supongo que se llama Fernando, era al
que escogieron primero. Supuse que era el que jugaba mejor porque todos quieren
estar en el equipo del que juega mejor. Hasta el último quedaron El Nopal y
Mayinbú, nadie los quería en su equipo. Rigo pidió a Mario y Nando hizo una
cara de disgusto, no entendí hasta que empezamos a jugar. Yo estaba en el mismo
equipo de Rigo, Teo, Nando y Mario. El Nopal quedó en el otro, ellos estaban
más desesperados porque, como me dijeron, Nopal “no jugaba ni su pilín” (como
dijera mi papá cuando ve en la tele a un jugador chafa del fut).
- Ah, nada más no vayas a patear el balón para esa
casa de allá (una de paredes verdes) porque esa señora nunca devuelve los
balones y éste me lo acaban de comprar- dijo El Cónfleis, que era el más fresa,
con su playera original de la Selección de Alemania.
- Sí, esa señora es la que saca a sus perros para
que nos molesten, por eso es mejor no tirar fuerte. Siempre es una culera con
nosotros- Comentó Mario. Yo sólo moví la cabeza en señal de entendimiento.
Echamos el volado para ver qué porterías nos
tocaban y quién sacaba. Pedimos águila y cayó sol. Nos tocó tirar hacia la
portería del lado de la casa verde, teníamos que patear despacito si queríamos
conservar la pelota. En el centro de nuestra cancha callejera pusieron el
balón, El Chino tiró directo a nuestra portería y Mario no pudo taparlo.
- ¡Pinche Mayinbú siempre parece coladera!- Nando
estaba molesto.
Por cada gol que metíamos nosotros, ellos metían
otro casi al instante. Así pasó casi media hora cuando Fernando llegó al
hartazgo; yo nada más vi cómo apretó los dientes, echó para atrás su pierna
derecha, gritó “¡Y Diego Rivas tira!”, sacó un cañonazo directo al pecho de El
Frenos (el portero contrario) quien se quitó por miedo a la fuerza que llevaba
el balón. La pelota entró a la portería, sonreímos pero pronto nos pusimos
serios: la bola pasó por encima de una barda verde y cayó dentro de la casa de
la señora culera. El Cónfleis quería llorar.
Nando no sabía qué hacer, todos estaban con cara de
preocupación. Así que no sé ni por qué pero empecé a caminar a la puerta de esa
casa.
- ¡No, no vayas!- me gritó El Chino.
A estas alturas me doy cuenta de que no recordé lo
de los perros, porque si no, no habría ido. Además, no me gusta ver a niños
llorar y El Cónfleis ya tenía agua en sus ojos.
Toqué la puerta. Nunca en mi vida mi boca había
estado tan abierta de la impresión. Diego Rivas, la mismísima estrella de
fútbol en persona, fue quien abrió la puerta.
Todos los demás chamacos llegaron detrás de mi, con
cara de mensos igual que yo.
- Diego, yo te admiro un montón- dijo Nando con
mucha emoción.
- ¡Yo también!...Y yo…Y yo- empezaron los demás.
- Sí, sí, como digan, mocosos ¿Qué chingá quieren?-
Descubrimos que Diego Rivas era una de las personas más altaneras que habíamos
conocido.
- Es que mi pelota…- El Cónfleis iba a explicar con
detalle
- ¿Es de ustedes esa madre? Con razón mi mamá ya no
los aguanta- Diego era odiosísimo, su acento pretendía ser como de España pero
no le salía- Seguro que mis perros ya la tronaron.
- No seas mentiroso, Diego. Yo ya me asomé por tu
barda y ahí está la pelota como si nada.- Rigo insistió y confrontó a Rivas.
- Pinche chamaco. Te voy a dar tus patadas en las
nalgas.
- ¿Y si te reto a un penalti?- El Mayinbú casi le
gritó a Rivas.
- Ay. mocoso. Si estás bien gordo ¿Cómo le vas a
hacer? ¡No, olvídense de su balón!- Diego Rivas estaba por cerrar la puerta…
- ¡Es que seguro tienes miedo de perder!- Mario, el
gordo, estaba retando de frente al delantero más famoso del país.
- ¡Mario, tú eres muy pendejo para parar. No nos va
a devolver el balón nunca!- Nando casi golpeaba al gordito por su atrevimiento.
- Va, pinche marranito mamón- Diego aceptaba el
reto callejero.
El futbolista profesional sacó la pelota de su
casa. Todo se dispuso. Aclaramos entre todos que el gol no contaba si pasaba
por arriba de la piedra, tampoco que la bola fuera muy alto, no sería válido un
remate, tenía que ser tiro directo para poder valer la anotación.
Diego Rivas sonreía con confianza. Mario veía el
balón fijamente, no tenía guantes, ni tenis de marca, su calzado ni siquiera había sido diseñado para jugar fut. Diego Rivas se echó para atrás, con el empeine izquierdo golpeó
fuertemente el balón. Mayinbú dio un paso a su derecha para encontrar el balón,
cerraba los ojos por el miedo al impacto. La pelota golpeó su entrepierna
fuertemente, puedo imaginar cómo se agitaron sus huevitos por el madrazo. Vimos
cómo la tela de su pants se agitaba
por el golpe. La pelota no pasó de ahí.
Mario se retorcía de dolor en el suelo. Los vecinos
que vieron lo que ocurría, con la misma cara de sorpresa que nosotros,
aplaudían la hazaña del gordito más heroico del barrio. Diego Rivas se pudría
del coraje. No pudo retractarse por puro orgullo ante quienes miraron la
acción.
Nando se acercó para ayudar a Mayinbú, tomó sus
pies para contraer y estirar sus piernas repetidamente, ayudándolo a recobrar
la respiración. El Cónfleis estaba tan contento que se sacó su playera original
de la Selección de Alemania y se la regaló a Mario como recuerdo y
agradecimiento. Diego Rivas se fue muy enojado a su casa, se metió en ella y azotó
la puerta. Todos supimos que la colonia en la que vivíamos estaba llena de
talento para el futbol, más aún si se trataba de porteros, aunque éstos se
retorcieran del dolor en el suelo por un buen rato.
(Imagen tomada del sitio http://www.miambiente.com.mx/vida-sana1/emprende-mexico-lucha-contra-la-obesidad)
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