Nació de un gran árbol de ébano y una enorme roca
de grafito, uno de los tantos hijos. Víctor sintió cómo la brisa lo bañaba de
amarillo, las máquinas que lo escupían zumbaban de forma interminable. Su gorro
color rosa le fue asegurado con una cinta de aluminio que también fue escupida,
esta vez, por pintura dorada.
Fue dispuesto en un pequeño paquete junto con
otros 11 que se parecían a él. Este
grupo fue, a su vez, depositado en una gran caja acompañado de varios cientos
iguales. Camionetas los transportaron por diferentes caminos, centenares de
kilómetros fueron recorridos debajo de los cuerpos de madera.
Por fin llegó a un estante, dentro de una pequeña
papelería. Inhaló algunos gramos de polvo que de vez en cuando era limpiado con
un trapo húmedo por el dueño de ese comercio. Ahí aguardó esperando a ser
tomado entre algunos dedos. Casi 6 meses estuvo inerte. Veía cómo sus
compañeros se marchaban mientras él no migraba del sitio por cuestiones de
azar.
Una tarde el despachador lo tomó, fue vendido a una
joven de piel morena y labios gruesos, una que tenía unos delicados dedos, uñas
parcialmente despintadas y cabello alborotado.
Su nueva vida era espectacular, llena de nuevas
experiencias. La sensación que tuvo al ser introducido por vez primera en el
sacapuntas metálico fue única, primero se imaginó la muerte pero con el girar
de su cuerpo llegó a sentirse poderoso, excitado.
Su afilada punta se deslizaba con magistral
espontaneidad y talento por la textura del papel bond de una pequeña libreta. El
grafito de su interior daba forma a figuras que no había visto ni imaginado. La
combinación de la joven y Víctor era perfecta. El talento de los dos se desbordaba
por las hojas.
El sencillo lápiz conoció una universidad desde
adentro. Los compañeros de su dueña eran estudiantes de diseño gráfico. En las
aulas había muchos otros como Víctor; unos eran fresas en serio; otros más
tenían diseños ecologistas, hippies, retro, había de todo.
La vida iba bien hasta que se acercaban los
exámenes. Desde una semana antes de que se aplicaran las evaluaciones hasta que
éstas tenían lugar, Víctor era mordido debido a los nervios de la muchacha. Su
cuerpo amarillo comenzó a despintarse por partes dejando ver su color café
natural. Algunas hendiduras se le marcaron en la zona cercana al borrador.
No se había dado cuenta pero su gorrito rosa era
cada vez más pequeño, su anillo dorado estaba maltratado ¿Era éste el precio
que tenía que pagar por esos momentos de alegría al pintar, al producir los
trazos que encantaban a quien los veía?
Notó que se había convertido en el lápiz más
longevo del aula. La muchacha no lo dejaba por nada, ya fuera en sus dedos, en
un compartimento de la mochila, entre el espiral metálico de las libretas o
detrás de la oreja de su dueña, Víctor seguía vigente. Era el favorito y, por
ende, el único de su poseedora.
Pero a pesar de todo esto, él no estaba satisfecho.
Su cuerpo comenzó a resentir el trabajo con el paso de los meses. Su estatura
era menor con cada afilada, con cada milímetro de granito pulido. Su cuerpo
había pasado ya por muchas mordidas que le cobraban factura. La laminilla de su
interior se fracturaba cada vez más seguido mientras el trazo negro aún no era
terminado. Los achaques del tiempo ya no podían disimularse.
Víc pensó entonces que se retiraría de una forma
digna. No quería terminar en un cesto de basura, ni acompañado de otro lápiz
que lo sustituyera, tampoco quería convivir en una lapicera con otros cuerpos
que pintaran de otros colores. No, él tenía que hacer sentir a su dueña una
fuerte necesitad de recobrarlo, de valorarlo; tenía que hacer que esa mujer con
la que había producido pequeñas obras de arte, líneas que eran admiradas por
tantos ojos, lo extrañara aunque fuera por unos días, por unas horas.
Después de todo, él había dado su vida para que
ella creciera tanto en talento como profesionalmente.
Víctor estaba consciente que los viejos solían ser
desechados sin que se les tomara en cuenta el sacrificio que hacían por los
demás. Tomó la decisión de ocultarse entre el lodo del jardín de la escuela, perdido
para los demás, reencontrándose con su origen, hundido en la tierra mojada que
lo mantendría aislado de otros lápices, pero que también, seguramente, lo
mantendría vivo por un tiempo que ni él conocía.
(Imagen tomada del sitio kontarte.files.wordpress.com/2010/06/80.jpg)
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