Ese día estaban chupando bien a gusto sus
respectivas botellas de licor. Las dos estaban hartas de sus respectivos
maridos. La de cabello negro tenía como esposo un tipo que había cambiado
radicalmente después de su matrimonio: de ser un caballeroso y apuesto hombre
se convirtió en un alcohólico, holgazán y golpeador que solía reclamar a su
esposa el surgimiento de llantitas en aquella cintura femenil que solía ser uno
de sus atractivos.
La otra mujer, que tenía cabello castaño, tenía
también un caso de cambio pero un tanto a la inversa: cuando se casó, su
compañero era feo, tenía una especie de complejo al respecto. Bastó la
prosperidad económica en su hogar para que él comenzara a realizarse cirugías
estéticas; el resultado dejó a un hombre más apuesto y metrosexual que
Cristiano Ronaldo, Brad Pitt y David Beckham juntos; esto trajo como
consecuencia una serie de infidelidades evidentes, el físico del operado hombre
hacia que las mujeres del lugar murieran por estar con él.
Por esto, cuando Blancanieves y Bella se reunían,
tenían encuentros catárticos, como si se tratase de foros de desahogo, una
especie de pláticas parecidas a las de Alcohólicos Anónimos. Se contaban todo,
la confianza entre ellas era máxima.
Esta noche se escuchó que alguien llegaba a la
puerta del decadente palacio donde Bella vivía, era un ruido que Blancanieves
identificó de inmediato como el sonido de su carruaje.
-No puede ser, es mi marido. Va a querer sacarme a
la fuerza- manifestó preocupada, con el temor de que su Príncipe la madreara
como ocurría cada vez más seguido, pero en esta ocasión frente a su amiga.
-Calma. Hablaré con él, si quieres te voy a dejar
más tarde hasta tu castillo- Bella podía notar el rostro de angustia de su
compañera a pesar de los efectos etílicos, así que se empeñaba en tratar de ayudarla.
- Es que no lo conoces, es capaz de tantas cosas.
- ¡Ya sal de ahí, no seas llorona!- se pudo
escuchar una voz ronca desde el exterior, era un hombre pero no se trataba del
Príncipe.
- ¿Gruñón?- Blanca parecía reconocer a la persona
que estaba gritando.
- ¡No la hagas de pedo y sal ya! Tu marido exige
que te llevemos a tu casa- se trataba, efectivamente, de aquel enano.
- ¡Ni madres. Lárguense, estúpidos!
- Venimos todos los enanos, si no sales entramos a
la fuerza, te madreamos y te llevamos. Estás advertida.
- Si se atreven a tocarme, todos se van a enterar
de lo que le hicieron al río con los desechos de su mina.
Bella estaba cada segundo más nerviosa debido al
intercambio de gritos. En su desesperado intento por prepararse ante la posible
entrada forzosa de los enviados, alcanzó a tomar su viejo candelabro con todo y
velas quemadas a medias; esto a modo de una improvisada arma que pudiera
golpear contra la cabeza de algún enano en caso necesario.
Hubo un silencio que tenía a ambas princesas al
borde de la desesperación, luego la chapa de la puerta principal giraba sin
mayor esfuerzo, sin hacer escándalo.
- Adelante, compañeros, entren- el marido de Bella daba
paso a los siete enanos en el interior de su residencia, mientras Gruñón levantaba
su gorro en señal de agradecimiento.
- Pero…¿Qué estás haciendo?- Bella estaba
desconcertada.
- Ya no aguanto tus pedas. Cada miércoles y cada
domingo es lo mismo. Te vas preparando porque ya empecé los trámites para
nuestro divorcio- decía muy altanero Bestia.
- Ni madres. A ti es al que voy a demandar por
adulterio ¡Cuántas veces no has metido a tus zorras en mi cama!- a Bella el ojo
comenzaba a brincarle del coraje y la impotencia.
- Sí, como digas ¿A quién crees que le van a creer?
Si tu amiga sale de aquí arrastrándose de lo borracha que se pone, todo el
pueblo la ha visto. La escuchan a ella y a ti cuando se ponen a cantar las de Paquita todas ebrias.
Los enanos tomaron a Blancanieves por la fuerza, la
cargaron y la subieron al carruaje jalado por raquíticos caballos. Se marcharon
en medio de la oscuridad, sin el menor cuidado de pasar sobre el lodo producido
por la escandalosa lluvia de la noche anterior.
Bestia subía por las escaleras al segundo piso,
mientras hablaba entre dientes. Bella lloraba desconsoladamente en su sala,
mojando con sus lágrimas aquél vestido amarillo, viejo y manchado al que tanto
cariño le tenía por hacerle recordar la felicidad que sintió en la ceremonia de
su matrimonio.
Ambas sabían ahora que las brujas no eran precisamente
las villanas de la historia, que si hubieran desistido en encontrar a su
príncipe azul, quizá en este momento gozarían de felicidad.
(Imagen tomada del sitio http://espanol.narconon.org/consumo-de-drogas/alcohol-riesgos-para-salud-higado/)
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