- ¿Los árboles se mueren?- preguntó Diego a su
padre, quien concentrado picaba en diferentes zonas la pantalla de su smartphone.
- No sé, pregúntale a tu mamá- el Señor Carlos,
padre de Diego, trató de disimular su ignorancia volviendo a su teléfono.
Diego volteó a ver a su
madre con expectativa, esperando respuesta.
- Pues los árboles son seres vivos, supongo que
también mueren.- Claudia nunca se lo había preguntado. De hecho le parecía una
muy buena pregunta. Lamentaba no tener una respuesta, pero lamentaba más que su
marido fuera tan evasivo, como si las vacaciones que estaban pasando no le
interesaran.
Los tres estaban frente
al ahuehuete más famoso de Oaxaca: el Árbol del Tule. Diego y Claudia estaban
observando las figuras de las ramas y el tronco. El Señor Carlos estaba de
espaldas al atractivo turístico, su celular le importaba más.
Al Tule no le importaba
la actitud del señor ése. Mientras los niños lo apreciaran y pudieran
observarlo, él era feliz. Disfrutaba cuando los niños de la comunidad donde
vivía (Santa María) iban después de la escuela a platicar con los turistas,
siendo los guías autorizados del lugar, y también los más carismáticos.
Sin embargo, ahora El
Ahuehuete se ponía a pensar. El cuestionamiento de Diego no había estado en su mente
desde hacía mucho. No recordaba exactamente su edad; los datos oficiales decían
que tenía más de 1 400 años de existencia, que por eso era “Milenario”. Tanta
edad lo había hecho tener la falsa idea de ser inmortal.
Ahora recordaba cómo en
un principio no fue sólo un árbol, sino 4 (¿o fueron 5?) que habían sido
plantados muy cerca uno del otro. Al ir creciendo se fusionaron para ser aquél
ejemplar vegetal que ahora todos admiraban y que comenzó a pensar como un solo
ente.
Hubo un tiempo en el que,
en medio de las noches, El Tule tenía pensamientos creativos. “Voy a crear mis
propias figuras. Seré todavía más increíble” se decía. Y comenzaba a mover sus
ramas y su corteza para hacerse sus propios “tatuajes tridimensionales”. Fue de
este modo como nacieron las figuras de venado, elefante, león, cocodrilo. De
todas ellas, la cabeza de León era su favorita, la consideraba su obra maestra.
- ¿Ya nos vamos, mamá?- Diego tenía el rostro algo
triste, como si sus deseos de quedarse en ese lugar todo el día y comer nieve
le fueran despojados para siempre.
- Ya hijo. Esta noche tenemos que regresar a
Aguascalientes y todavía tenemos que comprar algunas cosas- Lo cierto es que
Claudia también deseaba quedarse ahí más tiempo, pero al otro día tenía que ir
al trabajo.
- ¡No! ¡No se vayan! Me quedaré pensando no sé
cuánto tiempo en la pregunta de Diego- decía El Tule con notable desesperación.
Su lenguaje no era percibido por los humanos, pero sí por el resto de las
plantas a través del aire.
Todos los que pudieron
escucharlo lo miraban con tristeza y murmuraban entre ellos. La única forma de
que sus mensajes pueden ser oídos es a través del viento; así, cuando el éste
es relajado y refrescante se trata de un diálogo vegetal calmado o en voz baja;
cuando el viento es fuerte, se trata de una conversación desesperada o molesta.
Fue inevitable. La
familia se había marchado. El Ahuehuete ahora pensaba su situación. Recordaba
la tristeza que había sentido cuando vio cómo, progresivamente, varios de sus
compañeros ya sea más pequeños o más grandes fueron talados en nombre del
progreso humano y de la expansión de las ciudades y pueblos del valle. Siempre
eran más los árboles talados que aquellos sembrados para sustituir las muertes.
Ahora, la Ciudad de Oaxaca tenía, por ejemplo 482 años a costa de la vida de
miles de ejemplares vegetales.
Un pochote amablemente mandó
su mensaje a través del aire fresco:
- Es inevitable, todos moriremos. Tú decides cómo
vivir mientras llega ese momento.
Esas palabras se clavaron
profundamente en la mente del Ahuehuete.
Pasaron unos meses, ahora
había llegado el primer lunes de octubre. El lunes siguiente sería la fiesta titular
en Santa María, en honor al Tule. Las autoridades de aquél municipio ya habían
difundido la celebración casi en todos los medios y a través de lonas en puentes
y espectaculares en las carreteras.
Pero El Ahuehuete ya no
quería castillos quemándose, su humo sólo lo hacía toser. Esta vez quería un
regalo verdadero, pero no podía comunicarse con ningún humano. Asumió que tenía
que dárselo él mismo.
Aunque sus ramas y su
corteza ya no tenían la misma destreza que en aquellos tiempos cuando creó sus
figuras, sabía que aún podía moverse. El primer intento sería el más difícil y
doloroso después de tantos años de estar asentado.
Aquel domingo, en
vísperas de su celebración, caía la noche y El Tule estaba más decidido que
nunca. Eran las 2 am, todo estaba muy oscuro y fresco, las estrellas radiaban
en el cielo despejado mientras la luna retocaba la bóveda nocturna. Era un
escenario idóneo.
El Tule movió desde la
profundidad del suelo, una de sus raíces. El dolor era notable, un viento
desprendido de sus ramas se hizo presente debido a esa sensación. Pero lejos de
rendirse, continuó el movimiento con una convicción singular. Su raíz llegó a
nivel del suelo y luego encima de éste. Proseguirían las demás. Una a una, fue
extrayendo sus raíces de la tierra.
Al cabo de una hora, se
encontraba de pie, con todo y raíces sobre aquél segmento café ¿Brincar el
barandal que lo rodeaba o romperlo? Dado su volumen era más fácil hacer lo
segundo. Prosiguió y el fierro chilló al ser fragmentado.
A las 3 am la mayoría de
la gente está profundamente dormida, si viene un sismo, seguramente nadie lo
notará. Ese fue el hecho que El Ahuehuete aprovechó. Caminó paso por paso,
alejándose cada vez más del centro de la población, de ese pintoresco quiosco,
de aquella iglesia con moderna fachada (¿la llegaría a extrañar algún día?) y
de esos verdes prados que día a día eran regados puntualmente por los
jardineros.
Caminaba, con paso cada
vez más cansado, rumbo a las montañas que estaban hacia el norte. No sabía cómo
o de qué podía morir un árbol si no era talado o atacado por una plaga. No
sabía cuánto tiempo le quedaba por delante. Pensó que como era una situación
que no conocía, lo más probable era que le quedara poco. Era el más viejo de la
zona, motivo suficiente para mudarse a una tierra constantemente húmeda, donde
hubiera ríos con agua limpia que hicieran la labor de los jardineros que solían
regar sus raíces. La Sierra Norte era el destino idóneo, no le pedía nada a la
Sur salvo la cercanía.
El lunes, día en que
estaba programada la fiesta, todos los que se despertaron temprano y pasaron
por el centro estaban profundamente alarmados. El presidente municipal llegó,
su reacción no fue menor. Los eventos serían cancelados en medio de una
profunda intriga, una de las incógnitas más grandes en la historia. El Árbol
del Tule estaba, mientras tanto, ya plantado en las montañas de San Mateo
Cajonos platicando con miles de pinos y encinos. Después de todo, se merecía
esa tranquilidad y ese aire puro.
Hojas de Ahuehuete (Taxodium Mucronatum)
Imagen extraída de http://www.semillaslashuertas.com/tiendaenlinea/product_info.php/products_id/244
Curiosa y divertida historia, te imaginas si en verdad los árboles se pudieran ir lejos de nosotros... :/
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