El frío era intenso y el
suelo bastante lodoso. Ni modo, era la oferta de trabajo más atractiva que
hasta ese momento se le había presentado. Huautla de Jiménez se convertía ahora
en su nuevo lugar de residencia.
Rubén había viajado en
tren desde el Valle hasta la Sierra Mazateca para presentarse en su segunda
semana como intendente del pequeño Centro de Salud de esa comunidad. Iba
caminando por aquella calle espesa. Mientras andaba, veía cómo los habitantes
de las casas que estaban al paso iban adentrándose en sus viviendas,
interrumpiendo la tranquilidad que parecía predominar tan sólo unos momentos
antes.
El actuar de la gente
tenía una causa desconocida para Rubén, pero por la forma en que actuaban,
pensó que era él quien provocaba esa reacción. Las mirabas de quienes volteaban
a verlo antes de cerrar las puertas parecían compadecerlo. Se desconcertó
mientras seguía caminando.
De pronto, una vara algo
pesada tocó su hombro. Giró su cuerpo y vio a un hombre alto, de piel clara,
con vello facial que recordaba a Camilo Cienfuegos (barba espesa y larga,
bigote “de guerrillero”), complexión delgada y una mirada imponente. Héctor
Ladrón de Guevara se llamaba aquel hombre. No era una vara, sino la punta de un
fusil lo que puso en el hombro de Rubén.
- ¿Quién eres tú?- cuestionó Héctor amenazante.
- Me llamo Rubén. Trabajo en el centro de salud.-
para sorpresa de Héctor, su interlocutor
no se intimidaba.
- ¿Y no tienes miedo?
- ¿Por qué habría de tenerlo?
- ¿Sabes quién soy?
- Sí, acá en pocos días se conoce a la gente del
pueblo.
- ¿Sí sabes cómo
me dicen?
- Creo que a ti te dicen “El Matón” ¿no?
- A huevo. Por eso te pregunto ¿No tienes miedo?
- Ya te dije que no.
Héctor sonrió, como
reconociendo la valentía de Rubén. Colocó el fusil en su espalda relajando la
situación.
- Así me gusta- expresó Héctor- Está bien que
tengas huevos, pero no te confíes. Acá soy el que manda. Sigue tu camino.
- Buenos días- replicó Rubén y siguió caminando
rumbo al centro de salud.
Lo que ambos no notaron
es que la gente vio la escena desde sus ventanas. Algunos pacientes que
llegaban a consulta al Centro, donde el doctor Alejandro Paz era el encargado,
preguntaban al “muchacho del aseo” de qué trató la conversación con El Matón. Rubén sabía que aquél tipo era
muy voluble, reaccionario y que le gustaba sentirse el más temido del pueblo,
así que siempre se mantuvo discreto sobre aquél diálogo; no reveló a nadie lo
que se dijeron.
Pero la gente no era para
nada discreta. Varias personas comenzaron a enterarse de lo que había pasado
ese día. Esto no era cómodo ni favorable para Rubén. El doctor Alejandro llegó
a advertirle que tuviera mucho cuidado. Se lo dijo en un tono muy sugestivo,
como si Rubén estuviera haciendo algo que tarde o temprano haría que Héctor
soltara una bala contra el joven intendente.
Rosaura era una linda
joven que en la última semana había ido frecuentemente al centro de salud.
Había tenido una fuerte infección estomacal y cada que sentía un dolor, aunque
fuera leve, iba corriendo con el doctor. En esa semana hizo contacto con Rubén
mientras esperaba su turno para pasar al consultorio. Ambos se cayeron bien y
platicaban seguido.
Ese día mientras
charlaban, Agustín (“El Enano”), habitante local y amigo del doctor Alejandro,
pasó en su bicicleta y vio a Rubén y Rosaura platicando muy a gusto. Se pasó de
largo y esperó en la esquina bajo un ficus
que estaba ahí plantado. Cuando Rosaura se retiró, se acercó de inmediato con
Rubén.
- Ten mucho cuidado.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- Sonso ¿No ves que Rosaura es hermana de Héctor? Y
ése, ya van dos novios que se truena. Si se entera que andas con ella te va a
venir a balear.
- Pero si ni siquiera somos novios.
- Pues eso está peor, porque es lo primero que va a
pensar si alguien le dice que platicas mucho con su hermana. Conste, yo ya te
dije.
Pocos minutos habían
pasado después de las 3 pm, hora en la que el Centro de Salud terminaba de dar
consultas, cuando se oyó que alguien tocaba la puerta del inmueble. Rubén salió
a ver de quién se trataba, era Héctor.
- La primera te la perdoné por creerte muy chingón,
pero con mi hermana nadie se mete- Héctor sacaba de la funda que cargaba en la
cintura una Colt Government Calibre 38 Súper con acabados dorados.
- Mira, cabrón, tu hermana es la que viene a
platicar conmigo y nunca le he faltado al respeto ¿O ella me acusó contigo?-
Rubén ahora sí estaba helado de miedo.
- ¡Héctor, pendejo!- se oyó un grito a lo lejos.
Rosaura venía corriendo a la escena. - ¡Ya déjalo!
- ¿Vas a defender a éste?- Héctor estaba furioso
con su hermana, pero no podía hacerle nada, después de todo la quería mucho,
era la menor y única mujer de los 8 hijos que había tenido su progenitora.
- Pues sí. Él no tiene la culpa de que seas un
arrogante. Además, sólo somos amigos. Estoy harta que te metas con mis amigos o
novios. Ya mataste a dos y estoy hasta la madre.
La gente miraba la escena
con usual morbo. Héctor bajó su arma y la enfundó. No dijo nada y se retiró de
inmediato a pie mientras sus paisanos lo veían a su paso. Se sentía derrotado
pero ¿Por quién? ¿Por su hermana? ¿Por Rubén? Eso era lo que más lo
desconcertaba ¿Quién lo derrotó?
- ¿Todo bien?- preguntó Rosaura a Rubén.
- Pues sí, en lo que cabe ¿En serio ya te mató dos
novios?
- Sí, mi hermano es un estúpido. Mi madre no sabe,
pero seguro con el numerito de hoy se entera.
- Lo peor es que me iba a matar y todavía nada de
nada contigo.
- Menso- dijo Rosaura con una sonrisa.
Rubén no dejaba de pensar
qué pasaría la próxima vez que se topara con Héctor. El Matón siempre estaba armado, pero para su fortuna pasaba mucho
tiempo fuera de Huautla, algunos decían que iba a Teotitlán de Flores Magón a
trabajar. Así se reducían las probabilidades de toparse en la calle. Eso
meditaba Rubén cuando El Enano llegó
pálido en su bicicleta a avisar:
- Doctor, hubo un accidente. Se volteó la camioneta
que llevaba a los del equipo de fútbol. Urge que vayan porque ahí está el carro
tirado.
- Doc, si quiere voy con usted. Seguro hay muchos
heridos y yo le puedo ayudar- Rubén se ofreció, muchas veces el Doctor
Alejandro le había enseñado a hacer curaciones, vendajes, y a coser heridas
abiertas, todo eso debido a que en el pueblo había riñas muy seguido y el
consultorio solía llenarse, el médico necesitaba un asistente. Rubén resultó
ser buen alumno, así que el doctor aceptó el ofrecimiento sin dudar.
Al llegar al lugar,
algunos jugadores estaban inconscientes, otros más se quejaban debido al dolor,
tres de los dieciséis futbolistas amateur estaban muertos. Otros sólo tenían
golpes. Se podía oír el quejido de alguien debajo de los fierros retorcidos.
Varios hombres del pueblo
acudieron a auxiliar en la escena. Con barretas y trozos de madera lograron
abrir espacio entre los restos del vehículo. Los gritos de dolor eran del joven
Octavio, un mediocampista del equipo. Su espalda estaba siendo aplastada por
gran parte de la cabina de la camioneta. El médico se acercó a examinarlo.
- Doctor, me duele mucho la cintura. No siento mis
pies.
- ¿No siente los pies?- el médico comenzó a tocar
los dedos de su pie izquierdo, luego los del derecho.
- No, doc, no siento nada.
El doctor comenzó a examinar
su cabeza y el resto del cuerpo. Luego de unos minutos los difuntos fueron
trasladados al anfiteatro municipal y los heridos fueron llevados al centro de
salud. Ahí llegó Héctor, alguien le había contado la noticia y ahora estaba
desconcertado en la pequeña sala de espera. Como el médico andaba muy ocupado,
Rubén se asomó para ver si algún familiar estaba por ahí.
- Rubén ¿Cómo está Octavio?
- ¿Eres familiar suyo?
- Octavio es mi primo.
- No siente nada de la cintura hacia abajo, el
Doctor Paz dice que lo mejor es que se lo lleven a Tehuacán para que lo
atiendan. Es más rápido ir a Puebla que al centro de Oaxaca.
- ¿Cuándo hay que llevárselo?
- Pues mientras más rápido, mejor.
- Mi camioneta está ahí afuera. Si quieren nos
vamos ya.
- Vamos a decirle al médico.
Hablaron y el doctor
notificó a sus colegas de Tehuacán, se hicieron las gestiones necesarias e
inmediatamente Octavio y Héctor salieron en la camioneta rumbo a esa ciudad poblana.
Días más tarde Héctor
entró al centro de salud. El doctor Alejandro y Rubén estaban desocupados.
- Vengo a agradecer el trato que tuvieron con
Octavio.
- Era nuestra obligación atenderlo ¿Cómo sigue?-
preguntó el médico.
- Pues está mejor pero ya no podrá caminar. Estará
en silla de ruedas de ahora en adelante.
- Es una lástima. Jugaba muy bien.
- Sí, como sea, seguirá viviendo el cabrón. A pesar
de todo, tuvo suerte.- Héctor volteó a ver a Rubén.- Quiero disculparme
contigo, eres un buen tipo y ahora me consta ¿Qué te parece si hacemos las
paces?
- No hay bronca, yo nunca he ofendido a nadie.
Ambos se dieron la mano.
Héctor se despidió y salió del lugar. El doctor le dio una palmada en la
espalda a Rubén, como felicitando que las diferencias se habían arreglado.
Al día siguiente una
mujer gritaba desesperada afuera del centro de salud. Rubén y el doctor
salieron de inmediato. Un grupo de hombres cargaba un cuerpo que desangraba. El
médico lo examinó, ya no había pulso. Héctor había sido baleado de 4 impactos,
fue descubierto y abatido por el dueño de una mueblería de Teotitlán cuando trataba
de robar el dinero de la caja. Lo que nadie en Huautla sabía era que Héctor le
hacía honor a su apellido, era un ladrón con buen gusto en armas.
Órale robertronic, esta me latió... Disculpa por no comentar las anteriores, no había tenido el gusto de leerlas pero gracias de nuevo por la etiqueta.
ResponderBorrarMe enganché muy rápido en esta historia, imaginé los escenarios y hasta las voces de los personajes... sigue así mi botones... saludines