Ramiro tenía la costumbre de ir al cine
solo. No importaba si había novia en turno o andaba soltero. Había veces en las
que se metía a dos funciones la misma tarde.
Además, por alguna razón (que nunca se
había detenido a pensar) todas las parejas que había tenido escogían siempre
comedias absurdas del cine mexicano, románticas de Hollywood, o lo que lo
sacaba siempre de sus casillas: las comedias románticas. Quizá por eso
desarrolló su hábito solitario en las salas.
-¡Esas películas apestan!- pensaba cuando sus primeras tres novias
clamaban por entrar a ver alguna cinta de cualquiera de esos géneros.
Accedió con todas ellas hasta que Crepúsculo lo hizo llegar al límite de
su paciencia. Aquella vez se salió de la sala sin titubeos.
-Gaby, si quieres quédate a verla. Yo me largo- le dijo a la joven
en medio de la oscuridad de la función. Se levantó de su asiento de inmediato y
salió de la sala.
El uso evidente del croma en la
producción de la película lo disgustó. No podía creer que su guapa novia
estuviera embobada con tan ridícula historia. Si así era con sus gustos
cinematográficos ¿Qué sería de sus temas de conversación posteriores? ¡Qué
hueva!
Todavía no llegaba a la dulcería cuando
escuchó que Gabriela corría detrás de él. Discutieron y luego de un instante
terminaron su relación con un “¡Pues vete a la chingada, mamón!” de parte de
ella.
Ahora ir al cine era todo un ritual para
Ramiro. Siempre veía la cartelera en internet; si era posible, en ese mismo
instante apartaba su boleto. Si aún no sabía con certeza qué día o a qué
función podría asistir, sólo se aprendía de memoria los horarios:
- Avatar en 3D, doblada.
3:40, 5:45, 7:40 y 9:40- repetía para sí mismo sin cesar hasta que su memoria
grabara esa información lo suficiente.
Procuraba llegar por lo menos media hora
antes de que comenzara la función. Se formaba tranquilamente hasta llegar a la
caja. Escogía la que era la mejor fila según había leído desde hace tiempo: la
séptima, y los asientos de en medio. Odiaba comprar en la dulcería, los precios
eran excesivos para él.
-¿35 pesos un pinche refresco de a litro? Mejor me meto a otra
función- repelaba.
Para matar el tiempo se iba a la zona de
videojuegos a ver cómo los niños “malgastaban” su dinero al escoger el nivel
medio en las carreras de autos. También iba al baño: no toleraría perderse ni
un fotograma de la cinta. Cuando faltaban 10 minutos para que comenzara a
proyectarse la película él estaba entregando su boleto en la fila para pasar a
la sala.
-Sala 13, por favor. Que se divierta- dijo la empleada del cine
que cortaba los boletos quedándose con una mitad.
-Gracias- contestó Ramiro con una sonrisa, sabiendo que hasta
ahora todo iba bien.
Entraba, se sentaba y observaba desde su
asiento a la gente que iba accediendo después de él. Le gustaba mirar detalles
de las parejas y de las familias: el niño con ojos llorosos que seguramente
quería el vaso de Alvin y las ardillas,
evidentemente su padre no se lo compró “¿Pues cómo? Si tiene tres niños más su
mujer, que agradezcan que ya los trajo a ver una película”.
Todo estaba bien.
Las luces comenzaron a apagarse. La sala se convertía en una bóveda oscura y el
primer tráiler promocional comenzaba a proyectarse.
-Ojalá nadie que llegue tarde tenga que atravesarse frente a mi-
pensó.
Para fortuna suya eso no ocurrió. Poco a
poco la sala comenzó a llenarse hasta que ningún asiento quedó libre. A su
derecha estaba una pareja acaramelada. A su izquierda un adolescente obeso con
sus nachos. Detrás de él, una familia de cuatro integrantes (padre, madre, dos
hijos varones), cada uno con sus palomitas y su refresco. En los asientos de
adelante otra pareja, pero ésta de “cincuentones”. El olor de la mantequilla
llegaba a la nariz de Ramiro sin que éste se antojara, ya era inmune a ese tipo
de cosas.
La película llevaba más o menos media
hora, con unos efectos visuales increíbles. Todo iba perfecto hasta que sonó el
tono de un teléfono celular. Era el del muchacho que estaba a su derecha, el
que iba con su novia. El señor cincuentón pensó que se trataba de Ramiro, así
que volteó hacia él y le reclamó con un enérgico “Shhh!”.
Ramiro no
contestó ¿para qué perdía más tiempo? Mejor se concentraba otra vez en la
película. Pasaron dos escenas cuando uno de los niños de atrás comenzó a hacer
berrinche ¡No puede ser, no deja oír nada! Por si fuera poco, se escuchó cómo
un vaso de cartón encerado cayó de pronto con bastante líquido, el refresco. Dicho
sonido venía del mismo lugar, así que Ramiro levantó casi instintivamente los
pies.
Su movimiento fue repentino, no midió su
fuerza. Era más la ansiedad de evitar que sus tenis se mojaran con aquel
líquido que seguramente no sólo los empaparía, sino que dejaría pegajosas sus
suelas, él odiaba esa sensación de ir pegado al piso todo el tiempo.
Su pie golpeó el asiento que estaba en frente,
el de la señora cincuentona. El hombre que la acompañaba, que al parecer era de
pocas pulgas, se levantó de su asiento, vio furioso a Ramiro, contuvo su ira con
esfuerzo sobrehumano y salió de la sala sin decirle a nadie el motivo.
Toda la sección de la sala quedó
desconcertada. Hasta el niño berrinchudo se quedó en silencio. Ramiro sudaba de
nervios por la vergüenza. En ese momento su ida al cine se había arruinado.
-Es ése, el de la camisa de manga larga de cuadros- se oyó una voz
en el pasillo lateral de la sala.
Era el señor molesto acompañado de una
empleada del cine, señalando a Ramiro. No podía verse bien el rostro de la
chica, sólo los tonos amarillos de la gorra y la camiseta del uniforme.
-Por favor, acompáñeme- ordenó ella.
-Pero no fue mi culpa- replicó Ramiro.
-Por favor, le suplico que me acompañe, no queremos incomodar más
a los otros clientes.
-¡Sí, que se salga ese baboso!- se escuchó una anónima voz de hombre entre
la multitud seguida por una bola de reclamos.
A Ramiro no le quedó
de otra. Salió junto con la empleada de la sala. Iba cabizbajo, sabía que lo estaban
echando de la función, sabía también que no era su culpa, su intención no fue
patear el asiento.
Estaba en el área
de dulcería, frente a la entrada del cine cuando levantó la mirada y vio a la
empleada que lo había escoltado.
-Gracias, va a tener que disculparnos pero no le permitiremos
volver a la sala. Tampoco le reintegraremos su dinero, ya que a decir del
caballero, fue usted quien andaba molestando- dijo una sonriente Gabriela, la
exnovia.
Apenado, triste y
ahora enojado, Ramiro salió del cine rápidamente rezongando entre dientes. “La
próxima vez, mejor voy a la otra cadena de cines o me espero a que salga el DVD” sentenció malhumorado.
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