jueves, 20 de marzo de 2014

NÓMADA

Tengo tantos amigos que parece que no tengo ninguno. Aquí donde vivo hace mucho calor, mi ropa se moja todo el tiempo de sudor aunque sea diciembre.

Hace unos meses diría que ya estoy harto, pero ahorita ya hasta me acostumbré. Eso de vivir en varios lugares diferentes pasó de no gustarme a aburrirme. Ya sé que para el año que viene (o antes) seguro ya no estaré aquí.

En la escuela donde estudiaba antes, la maestra dijo que el hombre se volvió sedentario cuando descubrió la agricultura, que en eso tuvo que ver mucho la mujer. Entonces digo yo ¿cuándo será que mi mamá descubra la agricultura? Me lo pregunto porque ya no me gusta que a cada rato vayamos al macdonalds, pitzajot o cualquiera de esas cosas que ya me saben a plástico.

He decidido que mejor ya no tendré amigos, luego pasa que sólo me encariño con la gente para no volver a verlos. Así pasó con Juan Francisco, Rodolfo, Agustín y Leopoldo. Ahora que voy en cuarto grado, en esta escuela rara conocí a Juan Carlos que me cae bien, me ha invitado a su casa pero no he ido.

Digo que mi escuela es rara porque no puedo pronunciar el nombre: Jean-Jacques Rosseau ¿Así se dirá? ¿Yeanyaques Rouseau? ¿Será de la Independencia o de cuándo? Tan bien que estaba en la Vicente Guerrero, pero mi papá y su trabajo exigen que nos cambiemos de casa a cada rato: trabaja para una constructora de carreteras. Está convencido que entre Calderón y el menso de ahora habrá menos pobres. Yo veo las noticias y nunca dejan de salir, pero bueno.

Ya he vivido en Tapachula, Puebla, Querétaro y Villahermosa, en ese orden. Tapachula y Puebla me traen buenos recuerdos. En Tapachula conocí a Cinthia, me gustaba mucho, aunque luego era muy llorona; chillaba nada más porque sacaba 9, decía que su mamá le pegaba cuando no tenía 10, por eso cuando había reunión de papás y veía a esa señora sentía ganas de gritarle sus cosas.

En Puebla conocí a Ruth, esa morenita de sonrisa dulce que hablaba como costeña, me regaló un carrito de madera en mi cumpleaños. Comíamos nuestras tortas en el recreo, todo iba bien hasta que se tuvo que ir; algunos dijeron que su mamá se separó de su papá, ella nunca me contó nada y ni nos pudimos decir adiós.

Por eso la semana pasada que vi a mi vecina Ivonne jugando quiquinbol en la calle me decidí a hablarle

-Pateas como mula- le dije.

Rápido volteó, me vio y sonrió. Ya que había abierto la boca, me arrepentí, qun﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽hua y ella en Yucatasa no me importa, le voy a pedir su correo. no  mandarle mensajiarreteras.é tal que se enojaba. Pero no.

-¿Quieres jugar?- me invitó.

Y como no soy menso pues ahí voy. Al final su equipo le ganó al mío pero ella y yo nos reímos mucho.

Al otro día le arrebaté un beso en el cachete.

-Te vi cuando llegaste a vivir aquí- confesó- Me gustas.

Y yo todo colorado, pero como no soy tonto pues que le doy un besote. En eso salió su hermano, un gordito todo enojado, nos vio y que me pone una corretiza por toda la calle. No aguantó, paró de correr y se puso a toser de lo cansado que estaba.

Aunque se enoje su hermano, no me importa. Total, ya dije: ¡ni modo que no tenga novia hasta que entre a la universidad! Porque yo sí quiero ir a la universidad, voy a ser el mejor presidente que haya tenido México, mejor que Juárez.

El lunes que vi a Ivonne a la salida de la escuela me metió a su salón y con un marcador rayamos una silla: “Ivonne y José” decía el letrero. Yo tenía miedo que nos cachara algún maestro, pero ella (que ya va en quinto) me dijo que no me preocupara, que luego ni el intendente se da cuenta.

-Vas a ver, maricón fuerano. Le voy a decir a mi papá- me dijo su hermano cuando íbamos por la calle, llegando a su casa.

Le hubiera contestado pero iba pasando gente en la calle. Mi silencio hizo que él solito se viera como el celoso tonto.

Ivonne me hace feliz entre tanto calor y gente desconocida. Si me voy a andar cambiando de casa no me importa, le voy a pedir su correo, yo no tengo pero voy a abrir uno para comunicarme con ella. No le hace que yo esté en Chihuahua y ella en Yucatán, no pienso dejar así nada más a quien me gusta por culpa de mis papás que ni me preguntan cómo me fue en el día.

Ahora que lo pienso, mejor sí voy a casa de Juan Carlos, a lo mejor su mamá sí cocina rico. No quiero ser nómada por siempre, mejor es que vaya aprendiendo cómo sabe una comida de sedentario.

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