Martín, “El Morro”, era un joven de 26 años. Era un muchacho
tranquilo, cosa un tanto inexplicable sabiendo que provenía de una familia
disfuncional, como muchas de este país.
Su padre, Rogelio, fue un alcohólico. Había muerto de
cirrosis, solo, en la banqueta de una calle cercana a su casa; su madre, Teresa,
una mujer fastidiada con “la miserable vida” (como ella decía) que pasaba por
culpa de su marido, permanecía en la casa que rentaban desde que decidieron
vivir juntos sólo para cuidar a sus tres hijos, estuviera o no ese “borracho
desobligado” que muchas veces la golpeaba frente a sus hijos.
Ahora Martín era un hombre joven, su madre tenía un
semblante cansado, había dado todas sus fuerzas para criar a sus hijos. Él
vivía con ella y la mantenía trabajando de cargador para una mueblería local,
sus hermanos más grandes se habían marchado a Estados Unidos para tener una
mejor condición económica pero estando allá se casaron, Martín y su mamá ya no
eran preocupación para ellos.
-¿Y para cuando nos presenta a la nuera, Doña Tere?-preguntó
Socorro, la señora que vendía fruta en el mercado.
-Quién sabe, Martín no me cuenta de sus cosas.-respondió
Doña Teresa mientras escogía las mejores guayabas.
-Es que uste’ ya huele a abuela, por eso le digo.
-Pues no sé ¿Cuánto va a ser por esto?- dijo Teresa un tanto
seria
-Llévelo en 15 pesos nada más
Doña Tere pagó y se fue. Lo mismo le preguntaban en muchos
lugares en los que compraba: la carnicería, la tlapalería, la miscelánea, la
panadería y hasta la vecina del fondo del callejón. Después de todo, en un
pueblo pequeño donde la mayoría de la gente conocía a los demás y los jóvenes
generalmente se habían casado o tenían hijos desde antes de los 22 años, el
caso de su hijo era un tanto raro. Los comentarios de ese tipo se los decían a
Teresa, a “El Morro” o a veces a los dos cuando iban juntos a comprar.
René, el compañero de mayor edad (43 años) en el trabajo de
Martín, siempre lo molestaba frente a sus compañeros.
-Este güey no tiene vieja porque o es maricón o la tiene
chiquita ¿Verdad, putito?
Todos los demás se soltaban la carcajada. Sólo uno, Pablo,
se preguntaba cómo le hacía Martín para aguantar tanta carrilla de sus
compañeros, sin contestar nunca ni faltarle al respeto a nadie, y con esa
infancia tan pesada. Pablo no era su amigo ni nada, por eso no se habían
sentado a platicar nunca, además “El Morro” sólo hacía su trabajo y entrada la
noche, cuando la mueblería cerraba, se iba tranquilo y solo. Lo cierto es que
esos comentarios comenzaban a cansarlo, se podía ver cómo fruncía el ceño
ligeramente cada vez que recibía un comentario así. Bueno, Pablo sí podía
notarlo.
Un día, temprano, antes de trabajar. Martín llamó, no se
presentaría a la mueblería. Su madre había muerto y no se sabía la razón.
Sus compañeros se sorprendieron por la noticia pero después
de 10 minutos de silencio y trabajo se pusieron a echar relajo igual que todos
los días. Solamente Pablo acudió a ver a “El Morro”, le llevó 100 pesos como
ayuda. Ahí se enteró que debido a que Martín no ganaba mucho, se tragó el
orgullo y habló por teléfono a sus hermanos.
-Ni siquiera les pido que vengan, de todos modos no tendría
caso. Sólo quisiera que mandaran algo para que la jefa pueda tener un entierro
digno.
Ellos le giraron el dinero suficiente. Poca gente acudió al
sepelio, Martín siempre creyó que la gente de su pueblo tendía a ver con malos
ojos a familias como la de él.
-Como si ellos fueran tan perfectos. Pinches envidiosos,
infieles y tacaños, pinche gente falsa- pensaba estando a solas.
Un día, “El Morro” no fue a trabajar, nadie sabía de él,
nadie lo había visto, pero nadie se preocupó, ni Pablo. Asumió que se había
ido. Tenía razón.
Pasó un año y un mes para que se le volviera a ver. Ahora
tenía una esposa: una mujer de su edad con síndrome de Down. Se convirtió en la
burla de muchos.
-Nada más eso fue capaz de ligarse el pendejo Morro. Sus
hijos van a salir igualitos a Cuasimodo.
Pasó un tiempo y varias personas recibirían una invitación:
- · Socorro, la frutera
- · Damián, el carnicero,
- · Rafael, el señor de la tlapalería,
- · Arcelia, dueña de la miscelánea
- · Alejandrina, de la panadería
- · Susana, la vecina
- · René, Óscar, Pablo, Gerardo y Pánfilo, de la mueblería
Todas ellas firmadas por Martín. Se trataba de una comida en
su casa, pero no especificaba el motivo. Además, eran gente cercana pero no por
afecto, sino por la rutina de tiempos pasados.
Cuando llegaron, la casa donde había vivido con su madre
seguía prácticamente igual, sólo que el patio lucía más amplio. Hasta el fondo
de ese espacio había un nicho de vinil transparente, como para colocar a un
gran santo, tenía una cerradura en la puerta y algunos agujeros al frente para
que el aire pudiera pasar del exterior al interior.
Sobre una larga mesa en medio del patio, varios platillos
dispuestos a manera de buffet. Conforme iban llegando, los invitados comenzaban
a hacerse plática entre sí. Todos seguían sin saber el motivo de la invitación.
Cuando todos los citados se encontraban presentes, Martín
los invitó a comer. Había música instrumental de fondo, él mismo había
encargado en un cyber que le quemaran
un mp3 con ese tipo de melodías. Todos comieron a gusto. Los de la mueblería se
saciaron, eran los que más ingerían, le entraban a lo que fuera.
Cuando sonaba la pista “Corazón de Niño” de Raúl Di Blasio.
Martín salió del interior de su casa con un bebé envuelto en una cobijita azul.
-Quiero agradecer a todos por venir. Son la gente más
cercana que tengo. Este pequeño que ven-dijo alzando al bebé con sus brazos-es
mi hijo.
Todos sonrieron al escuchar las palabras. Martín siguió su
discurso:
-Lamentablemente, mi mujer, Hortensia, falleció durante el
parto. Hubo complicaciones que le quitaron la vida.- Comenzó a llorar- No tengo
palabras para expresar lo que siento. Por favor siéntense.-Se secó las lagrimas
que escurrían por su mejilla.
Señaló a un grupo de sillas que estaba dispuestas en arco
frente al nicho. De un estuche de su cintura sacó una cámara fotográfica y se
la dio a René. Pidió que tomara fotos de lo que sucedería a continuación.
Todos asumieron que se introduciría al nicho con su hijo, un
escenario singular para capturar ese milagro que podía representar el pequeño.
Martín se metió cargando a su bebé en brazos, se sentó en la
silla de madera color claro, envuelta con satín, que había en el interior.
Cerró la puerta y la aseguró.
-¡¿Para cuándo, Martín?! ¡¿Cuándo presentas a la nuera?!
¡¿Cuándo te casas?! ¡A ver cuándo presentas a tus retoños, porque Doña Tere ya
huele a abuela!- gritó desde el interior con un odio que se le podía ver en la
cara.
Mientras gritaba, el bebé comenzó a llorar fuertemente, su
llanto se oía por las perforaciones de la puerta. Acto seguido, Martín comenzó
a ahorcar a su hijo.
Los invitados comenzaron a gritar desesperados. René y sus
compañeros habían notado que la cámara no tenía pilas, ahora estaban golpeando
el nicho con lo que podían, pateaban y daban puñetazos. El nicho estaba
fuertemente fijado al suelo. No podía ni romperse ni tirarse.
- ¡Este niño también tiene Down! ¡Si a alguien como yo, todo
mundo lo acosaba, no quiero imaginarme lo que harían con él! ¡Todos esos
comentarios! ¡Todos sus estúpidos juicios y preguntas absurdas! ¡Deberían
morirse! ¡No saben lo que he pasado!- gritaba Martín desde el interior. Fue
disminuyendo la presión ejercida sobre el pequeño cuello de su hijo. Éste ya
estaba muerto.
Se dispuso a salir del nicho. La policía había llegado.
Socorro hizo la llamada al municipio. 4 fusiles le apuntaban. Más vecinos
estaban atentos en el lugar. Martín fue arrestado. “Corazón de niño” aún no
terminaba. A Martín nunca se le volvió a ver.
"Al buen entendedor pocas palabras" Es un cuento breve. Pero chido, muy popular apto para pocos.
ResponderBorrarChingón Beto, la anterior igual; muy buena.
ResponderBorrarCoincido en que es apto para pocos...en un final "alternativo"...como se acostumbra últimamente jaja, la lección podría ser menos dura, no sé un Martín criando a un hijo con las condiciones que se describen..siendo ejemplo pal' pueblo, pero parece que un buen zape de verdad es lo que más despierta. Creo que es una breve muestra de un como un ambiente social abrumador, puede ocasionar la explosión del "yo", el ser con sus demonios.
ResponderBorrarNo me gusto pero eso no quita q tenga un buen desarrollo narrativo. No soy afin a las historias derrotistas, pues hubiera gustado un Martin q les invitara y agasajara a los invitados para echarles en cara sus pecados y él criara a su hijo ejemplarmente.
ResponderBorrar:D
7.5 (porque quien critica es muy mamila) XD