-¡¿15 varos una pinche rosa?! Se pasan de lanza.
- Es el precio, joven. Si quiere vaya a cualquier florería,
es lo menos en lo que se la venden. Aunque si me compra una docena yo se la
dejo en 150, ellos no. Digo, para que acabe mi carretilla.
- Es que hasta los ositos de peluche están caros aunque sean
fayuca, y el papel aterciopelado ni se diga.
- No es por lo que compra, sino por lo que significa ¿No ha
visto esa imagen en el feis?
- ¿Cuál?
- Una que dice que cualquier color de rosa que regale uno,
significa que quiere matar el oso a puñaladas.
Ese dato del vendedor, un hombre que parecía andar alrededor
de los 30 años, lo convenció. Sonriendo, Marcelino sacó de la bolsa derecha de
su pantalón un billete de $200
-Deme la docena pues.
Aunque ganaba 80 pesos al día trabajando de mesero en un
comedor con clientela generosa, no le importó gastar cerca de dos días de
sueldo con tal de tener contenta a Gisela. Era 14 de febrero y a ella le
encantaban ese tipo de detalles. Ese día le tocó descanso: se perdería de las
propinas, pero podría estar más tiempo con su novia.
Él no era muy dado a ese tipo de cosas hasta antes de
conocerla, pero ahora que tenía novia era casi un deber. En realidad no le
gustaba sentirse obligado a hacerlo, pero al mismo tiempo sabía que ese ramo
podía arrancarle por lo menos una sonrisa a su chava.
Quién sabe, probablemente el vendedor tenía razón en eso que
dijo y él quería tener pasión la noche de San Valentín. Después de todo ya
habían pasado 8 meses de puro abracito y besito en la calle, el parque y en la
puerta de la casa de Gisela. Muchas veces el papá los había sorprendido
llegando de su trabajo justo cuando ellos se andaban besuqueando en su entrada.
Pero sólo eso, no había pasado otra cosa.
Compradas las 12 rosas, caminó apresuradamente hasta la casa
de su novia. Tocó el timbre 2 veces, como siempre. Habían quedado en ir a
comer, así que el plan de Lino era maravillarse con la belleza de la recién
bañada (porque esperaba que ella estuviera limpiecita), entregarle las rosas,
decirle cosas románticas, darse besotes e irse a comer.
Gisela abrió la puerta. Estaba en chanclas, con un pants
adidas pirata y una playera en la que se podía leer REFACCIONES “EL RULO”, de
ésas que dan cuando se acerca Navidad. Marcelino tenía duda y coraje, pero
trató fuertemente de resistirse a mostrarlo en su rostro. Quizás a ella sólo se
le había hecho tarde.
-¡Gisela!- le dijo con fingida emoción- ¿Ya pensaste a dónde
quieres ir a comer?
- Lino, no voy a ir contigo- replicó Gisela con inusual
seriedad.
- Ándale, yo te espero ¿Es por qué no te has bañado? Tú me
gustas de todas formas, podríamos ir así si quieres.
Ella mantuvo su cara seria.
-¡Ah, sí es cierto!- Marcelino sacó el brazo derecho que
había estado los últimos 2 minutos detrás de su espalda con el ramo y le
entregó las 12 rosas- Esto es para ti.
- Mmm, gracias- Gisela tomó el ramo sin mayor gesto, se
agachó un poco y lo aventó suavemente detrás de su puerta, sobre el suelo,
donde no pudiera verse desde la calle. –Perdóname, pero es mejor que te vayas.
- Pero…¡¿por qué?!- Marcelino comenzaba a alterarse ante lo
que era evidente que sucedería- ¡¿Qué chingados te pas…?!
- Buenas tardes, milagro que no los veo besándose- dijo en
tono burlón el papá de Gisela que venía llegando de algún lugar sin mayor
importancia. Se pasó de largo al interior de su casa percibiendo que entre su
hija y Marcelino había problemas.
- Buenas tardes, señor- contestó el Marcelino en voz alta,
luego, entre dientes, la venganza verbal- Pinche ruco mamón, como si no supiera
que su vieja lo manda.
Gisela lo escuchó
- ¡Mejor vete!
- ¡Pero no me has explicado, Gisela!
- ¡Chingada madre, tengo nuevo novio! ¿Ya?- acto seguido, ella
azotó la puerta antes que Lino pudiera reaccionar.
El resto del día, Marcelino la pasó en “El Lobo”, una
cantina cerca de la calle donde compró el ramo. Ese día había promoción: “10
pesos toda la chela” decía la cartulina naranja de la fachada. Una vez adentro
se dio cuenta que había pura Sol de
cuartito y que estaban quemadas. Qué importaba, empedarse era el objetivo.
Cuando salió de ahí, como a las 9 pm, con la vejiga llena de
cebada, lo que más quería era orinar. A diez metros había un poste que no tenía
luz, era el lugar perfecto. Conforme caminaba, se acercaba en sentido contrario
un par de siluetas humanas, a contraluz. No le tomó importancia.
Se desabrochó el cinturón, luego el pantalón, tomó su
miembro con sus manos frías, volteó para ver si no transitaba más gente y fue
ahí donde notó que las siluetas eran de Gisela y su nuevo novio: el vendedor de
rosas al que le había comprado el ramo.
Ellos ni lo reconocieron, iban riendo. Marcelino se quedó
viéndolos con coraje, quería ponerles su chinga a los dos, caminó y comenzó a
sentir sus piernas calientes: se había orinado.
Mientras contemplaba su ropa húmeda pensando en lo que
acababa de ver no se dio cuenta que detrás de él se acercaba una camioneta, era
la patrulla.
-Otro pinche borracho meando en la calle- dijo el policía
que iba de copiloto y le indicó con las manos a los oficiales que iban en la caja de la camioneta que
se bajaran para arrestar a Marcelino.
Una vez arriba, Lino se sentía de lo peor. No dijo nada, se
sentó en un rincón de la caja de la patrulla, poco le faltaba para soltarse a
llorar. Sabía que la camioneta rebasaría a la pareja que iba caminando a media
luz. Se dio cuenta en qué momento lo hicieron porque los policías empezaron a
chismear:
- - Ese pinche florero cabrón, anda con esa chamaca.
- - ¡Ah chingá! ¿Que no es casado ese wey?
- - Pues sí, pero le vale madre.
- - Que lo cache su vieja, le va a poner su putiza.
- - Por eso yo mejor me divorcié. Está mejor uno
solo, puedes hacer lo que tu chingada gana se te dé, como empedarte diario
¿verdad tú?- se dirigió a Marcelino.
Lino no dijo nada, tenía una cara
de borracho triste que se podía notar a kilómetros de distancia. Los policías
sólo carcajearon.
Me lo había perdido. Tan acostumbrada a los finales felices, sentí pena por Marcelino. Sigue compartiendo tus textos. Buen comienzo!
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