La primaria, desde
afuera, parecía un lugar tranquilo, el templo del saber infantil de aquel
lugar. Las mamás y algunos padres iban cada día a dejarle el recreo a sus
criaturas. La mayoría comía sus alimentos en 15 minutos, se despedían de su
tutor y cada quien se iba por distinto rumbo: las madres al mercado, los padres
al parque o a sus casas y los niños y niñas se marchaban corriendo a jugar al
patio de la escuela.
En la explanada escolar
se podía ver a chavitos jugando básquet, futbol, beisbol con pelotas de esponja
y cartulinas hechas rollo; algunos otros jugaban tazos. A las niñas les gustaba
más mostrar sus muñecas hechas en China, algunas otras le hacían a La Rueda de
San Miguel. Pero también se podía ver a grupos mixtos jugando a Las Agarradas, Stop y otras cosas que involucraban un
poco más de contacto.
Los
maestros y la directora se sentaban en sus escritorios a comer tortas, tacos o
rebanadas de pizza, mientras se mandaban mensajes con familiares, amigos o con
sus novi@s según fuera el caso. A veces también checaban el Face, y otros mandaban cadenas por WhatsApp.
Ningún padre o profesor
advertía lo que sucedía detrás de la cafetería, en un pasillo aislado cuyo
único techo era el follaje de los árboles viejos ahí plantados, el pasillo se
encharcaba cada vez que llovía.
Goliat era el niño más
alto y fornido de la clase. “Parece de secundaria” dijeron sus demás
compañeritos cuando llegó a segundo grado, venía de otra escuela, una que nadie
conocía. La diferencia de estaturas entre él y los demás era evidente, la
longitud de su cuerpo era incluso mayor que la de su profesora.
Ese niño parecía estar
siempre de mal humor, para él no había reglas. Casi nunca llevaba el pantalón
del uniforme, no hacía las tareas y era un respondón con su maestra. Todo lo
contrario de su compañero Israel, quien era el más aplicado, el que siempre
llevaba sus libretas forradas como mandaba su profesora, su uniforme estaba
siempre limpio y planchado, sus zapatos boleados, el alumno que siempre era
atendido por su madre a la hora del receso y al que además le daban dinero
extra por si quería comprarse algo más.
Si había tiempo, se iba a
jugar con David, su mejor amigo. Éste era un niño tan inquieto como flaquito.
Era hábil para conjugar los verbos que les enseñaban. Siempre estaba jugando
cualquier deporte en el patio. Sus mamás se conocían porque sus casas eran
cercanas entre sí. A Isra no se le daban los deportes y a su amigo sí, por eso
su amistad era más de salón que de patio. Isra solía aislarse en el receso.
- Pinche ñoño, dame los 30 varos que te dio tu
jefa, y no te hagas pendejo que vi cuando te los entregó- Decía Goliat a Israel
mientras lo sostenía del cuello de su playera, levantado y contra la pared
trasera de la cafetería.
- Toma, pero no me hagas nada- Israel accedía a
darle su dinero, nunca recibía ayuda aunque algunos otros niños vieran la
escena. Ni los de sexto querían enfrentar la fuerza del abusador.
Esto pasaba muy seguido,
Israel algunas veces comía más despacio para que a Goliat no le alcanzara el tiempo
del recreo para bajarle el dinero. Sin embargo, el grandote del grupo eran tan
descarado que había ideado un plan para reprender a su compañerito ante esa
situación. Llegaba en actitud del mejor amigo de Israel cuando éste estaba
almorzando con su mamá frente a ellos.
- Amiguito, apúrate para que juguemos con los
demás, yo portereo- le decía una vez que en clase, con antelación, lo amenazaba
para que no se quejara con nadie y al mismo tiempo fingiera emoción por jugar.
Así que el pequeño Israel
se apresuraba y cuando su madre los veía a ambos retirarse, Goliat lo abrazaba
por el cuello. Lo que la mamá no notaba es que su hijo estaba siendo apretado
por el fuerte pero disimulado brazo del grandulón.
Un día, mientras tenía
lugar una repetición de la escena detrás de “la cafe”, David fue por el balón
de básquet, que por accidente se fue a ese lugar, y vio cómo su amigo era
amenazado. No hizo nada en ese instante porque sabía que cualquier intento de
defensa habría terminado en sangre, pero sintió la suficiente indignación como
para idear un plan de venganza.
La semana siguiente
Israel juraba que su madre no le había dado dinero, que sólo tenía los 8 pesos
que le habían sobrado del día anterior. Goliat insistía y cada segundo lo
apretaba con más fuerza contra la pared. David estaba escondido entre las ramas
del viejo árbol y, como era temporada de lluvias, las hojas eran verdes como el
pantalón y el suéter del uniforme.
Una resortera salió
sigilosamente del pantalón tomada por los dedos de David, quien también tomó una piedra de otra
bolsa. La roca era mediana para su mano pero bastante grande para sus
intenciones. El hule fue estirado y la piedra voló como asteroide a la cabeza
de Goliat, quien por el impacto cayó inconsciente golpeando el piso con su
cuerpo y produciendo un ruido parecido al que se dejaría escuchar si un costal
lleno de papas fuera azotado. Su cara estaba empapada y manchada del lodo
arenoso contenido en el charco donde ahora reposaba. Comenzó a correr sangre por
el suelo, el origen de ese río rojo era la nuca de Goliat.
No hubo testigos y los
dos amigos salieron corriendo del lugar. David instruyó en ese momento a Israel
para que fingiera que no había pasado nada, que estaban jugando. Un balón de
fut que pertenecía a otro grupo de la escuela, cayó de modo fortuito detrás de
la cafetería y fue así como un niño pudo avisar a su profesor que había un
alumno ahí tirado.
Nadie volvió a ver a
Goliat. Ningún profesor, ni siquiera la directora sabía si lo habían cambiado
de escuela o cuál era la razón del repentino ausentismo. Por otro lado, el
impacto de la piedra en la cabeza, el olor a sangre, el sonido del cuerpo
golpeando el pavimento sedujeron a Israel quien, influenciado por el divorcio
de sus padres algunos años después y su sucesiva necesidad de atención, se
convirtió en el abusador más famoso de su secundaria.
(Foto tomada de http://sevilla.abc.es/andalucia/20131008/sevi-observatorio-libertad-religiosa-apoya-201310081758.html)
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